¿Por qué se necesita una ética ambiental para la ciudad- y qué nos dirá sobre ella?
30 marzo, 2023Por: Martin Fricke*
Este texto y obras de arte fueron preparados como parte de la Revista Pingüica en su número 6, especial ENES-Mérida. Pingüica es un proyecto para la interpretación artística de temas científicos.
Muchas personas cuando escuchan “ética ambiental” piensan que se trata de una ética que tiene dos principales objetivos: disminuir la contaminación del ambiente – por ejemplo, reduciendo el uso del
automóvil, incrementando las energías renovables, eliminando las bolsas de plástico o reciclando
la basura – y conservar áreas, preferiblemente grandes, en un estado natural que es lo más cercano posible a un estado prístino, no perturbado por ninguna actividad humana. Por supuesto, los dos objetivos están relacionados; un ambiente no puede ser prístino si nuestras actividades lo contaminan. Así, tal vez el primer objetivo recibe su justificación por el segundo.
Ahora bien, efectivamente, la ética ambiental desde sus orígenes en Norteamérica, Noruega y Australia se ha concentrado mucho en este segundo objetivo. Como disciplina filosófica ha buscado mostrar que la naturaleza prístina tiene un valor intrínseco que es independiente de su utilidad para el ser humano. Hay que valorar los arrecifes del Caribe, por ejemplo, no sólo porque protegen nuestras playas (una utilidad para nosotros), sino también por sí mismos, por el valor que tienen independientemente de los beneficios que recibimos de ellos. Tal vez la apreciación estética es una manera de darse cuenta de este valor intrínseco.
¿Qué se puede decir, desde esta perspectiva de la ética ambiental, sobre nuestras ciudades? A primera vista, se podría pensar que la ética ambiental debe condenar la existencia de las ciudades, ya que son lo opuesto a las áreas prístinas: son lugares donde casi todo el ambiente es construido, cubierto de concreto o asfalto y diseñado por nosotros. Las pocas plantas y animales que viven en las ciudades son las que nosotros toleramos o cultivamos específicamente para este propósito.
Todo lo que era prístino ha sido alterado según nuestros diseños. Si el ambiente prístino es el que más
valor tiene, entonces las ciudades deben carecer de cualquier valor como ambientes. Parece que, para la ética ambiental, las ciudades no deberían existir, ya que únicamente tienen valor ambiental negativo.
¿Es esta conclusión correcta? Me parece que no. Yo diría, si una ética ambiental llega a tal conclusión, algo está mal con la teoría ética en la que se basa. Voy a dar tres razones: Primero, la conclusión no es plausible. Hoy en día la mayoría de los seres humanos vivimos en ciudades. En el pasado no fue así,
pero las ciudades siempre han sido lugares de innovación donde la cultura florecía. Obviamente también hay muchas cosas feas que suceden en las ellas. Pero es difícil negar que son muy importantes para nosotros. Sería extraño si una ética recomendara que idealmente nuestras ciudades deberían desaparecer. (Concedo que la razón no es concluyente. Algo no está bien sólo porque la mayoría lo aprueba o porque ha existido mucho tiempo; además es posible que unos pocos beneficios buenos no puedan justificar todo lo malo que una cosa conlleva. Pero creo que mi razón, aunque no concluyente, sí debería tomarse en cuenta.)
Segundo, la distinción entre ambientes prístinos y aquellos alterados por los humanos no es una
buena base para evaluaciones éticas. Para explicar esta idea, consideremos lo siguiente: en algún momento, hace decenas de milenios, la evolución produjo a nosotros como especie en un ambiente prístino. Es decir, nosotros éramos parte del ambiente prístino; éramos prístinos nosotros mismos. Ahora bien, todos los organismos, en menor o mayor medida, alteran su ambiente; los pájaros y las hormigas construyen nidos, los corrales forman arrecifes y en el pasado algunos microorganismos transformaron toda nuestra atmósfera hasta que contuviera más oxígeno que dióxido de carbono.
En este esquema de las cosas, ¿cómo puede sostenerse que un ambiente es éticamente más valioso, simplemente porque no ha sido alterado por los seres humanos? La alteración es natural y ha sido parte de los ambientes prístinos desde siempre, de otra forma la evolución no hubiera sido posible. Tal vez la modificación de los ambientes que es resultado de las actividades humanas no es buena; pero la razón para decir esto no puede ser simplemente que un ambiente prístino fue alterado. Debe ser algo más específico que hace la alteración provocada por los humanos mala y que la distingue de aquellas que se
dan naturalmente en los ambientes prístinos desde siempre.
Tercero, las ciudades sólo ocupan una parte pequeña del ambiente. Si todo el planeta fuera prístino y sólo el terreno de las ciudades ambiente alterado, ningún ambientalista y ningún ético ambiental se quejarían: significaría que la mayor parte del planeta permanecería intocado por los humanos. ¿Por qué entonces una condenación ética de las ciudades? Parecería más adecuado condenar lo que pasa fuera de ellas y aceptar que dentro los humanos modifiquen el ambiente a su agosto. (Este último consejo es un poco ingenuo, porque es claro que el estilo de vida de los citadinos depende de la agricultura, la industria y la extracción de materias primas que se realizan fuera de las ciudades. Pero el punto general se mantiene: ¿por qué reprobar específicamente las ciudades, si el problema es más generalizado?)
¿Si no es cierto que la existencia de las ciudades es éticamente condenable, qué debería decir la ética ambiental sobre el contexto urbano? ¿Cómo hemos de evaluar las diferentes formas que puede tomar una ciudad? Quiero mencionar – y espero que se me perdone que, otra vez, empiece a contar – tres ideas que me parecen importantes:
Primero, si la ética ambiental les concede a los humanos que puedan construir y diseñar el (limitado) ambiente urbano tal como quieran – y me apresuro a señalar que la tercera idea restringirá esta concesión –, entonces la pregunta principal, es: ¿qué es lo que queremos con respecto al ambiente en la ciudad? Podemos cubrir todo el terreno urbano de concreto o tener amplios parques al estilo inglés; podemos priorizar el transporte público o el uso del automóvil; podemos tener glorietas o semáforos. La elección es nuestra. Lo que falta es que nosotros decidamos. En este sentido, se requiere un proceso de autorreflexión para que tengamos claridad sobre qué es lo que queremos.
Aquí es importante notar que el ambiente urbano afecta a una multitud de personas y también que es el resultado de las acciones de una multitud. ¿Cómo puede una multitud de personas llegar a querer o decidir algo? Una posibilidad es la autoritaria: un líder, que se mantiene en su posición por medios coercitivos o simplemente por pertenecer a una elite, decide y todos los demás cumplen. La ética aplicada al contexto urbano puede señalarnos otra posibilidad: que las decisiones se tomen después de un proceso de deliberación colectiva y en conjunto entre todas las personas afectadas por la decisión. Es justo que no se trate a ninguna persona como un mero objeto, una cosa sin voz y voto. En nuestro contexto, esto significa que todas las personas afectadas deben tener la posibilidad de participar, como iguales, en el proceso a través del cual se toman las decisiones sobre el ambiente urbano. A diferencia con el autoritarismo, así las decisiones gozan de legitimidad ética.
¿Cómo, exactamente, se puede realizar este tipo de codeterminación entre los habitantes de una ciudad? Es la pregunta apremiante, pero no la puedo contestar. México tiene sus mecanismos de democracia local, estatal y federal; instrumentos como las consultas o referendums; y los sistemas de usos y costumbres que existen en las comunidades tradicionales. Además, existen numerosos sistemas de democracia local en todo el mundo que se pueden estudiar para encontrar elementos que tal vez ayuden a mejorar el que tenemos. El establecimiento mismo de las reglas también debería ser resultado de una codecisión entre todos los ciudadanos.
La segunda idea es que la democracia deliberativa esbozada en los párrafos anteriores requiere, para ser durable, que se cumplan ciertas condiciones ambientales en un sentido amplio. Por ejemplo, si temo por mi vida debido a alguna de tan diversas condiciones como podrían ser una inundación, una enfermedad causada por la contaminación de mis alimentos o las actividades del crimen organizado, se me dificulta participar en deliberaciones y decisiones colectivas sobre la ciudad. La democracia deliberativa presupone, por lo menos a la larga, cierto bienestar mínimo de los ciudadanos, el cual incluye salud, ingreso, vivienda, seguridad, educación y libertad de expresión. En un sentido amplio, podemos decir que el ambiente urbano debe garantizar el bienestar mínimo de los citadinos porque sólo así pueden participar en la democracia deliberativa. Así, la ética ambiental, aplicada al contexto urbano, se convierte en una ética sobre el bienestar humano también en sentido político.
Nota: un cambio climático catastrófico o una crisis alimentaria causada por un colapso ecosistémico también ponen en peligro a este bienestar mínimo. Así, la democracia deliberativa, incluso a nivel local, también tiene la obligación de trabajar para que no sucedan estas calamidades.
La tercera y última idea que quiero mencionar relaciona el contexto urbano con el ambiente fuera de la ciudad, incluso con las áreas poco perturbadas que tradicionalmente ocupaban la ética ambiental. Los citadinos y su autogobierno deben tomar estos ambientes en consideración por dos razones. Por una parte, las actividades realizadas en una ciudad pueden afectar a personas en otras localidades. De alguna manera estas otras personas, ya que son afectadas, deben tener la posibilidad de participar en las decisiones que les afectan. Aquí el círculo de la democracia local debe ser ampliado, por ejemplo, a través de codecisiones a nivel regional o estatal.
Por otra parte, las actividades de los citadinos también pueden afectar las áreas llamadas prístinas. Si la ética ambiental tradicional tiene razón, estas áreas tienen un valor intrínseco por el cual deben ser valoradas y cuidadas. (Y tal vez también tienen un valor utilitario para nosotros.)Si esto es correcto, entonces los citadinos no simplemente pueden hacer lo que quieran en su ciudad, sino deben tomar este valor en consideración cuando evalúan el impacto de sus actividades fuera del contexto urbano. Por ejemplo, deben reducir su uso de plásticos no sólo porque este material contamina los peces del mar que comemos, sino también porque daña a la vida marítima en general, la cual es valiosa en sí misma, independientemente de si nos sirva de comida o no. Si es importante tomar en cuenta este valor intrínseco del mundo natural, la ciudad también debería ofrecer a sus habitantes la posibilidad de aprender sobre él. Los citadinos viven en un ambiente construido y muy alterado y tienen poca posibilidad de conocer de primera mano áreas prístinas. ¿Cómo pueden, en especial los niños, sensibilizarse sobre el valor de la naturaleza menos perturbada? El contexto urbano debería ser diseñado de tal forma que permita conocer el mundo natural, incluso dentro de la ciudad, por ejemplo, a través de parques ecológicos, adopción de árboles o jardines comunitarios.
Esto concluye mi esbozo de algunas ideas para una ética ambiental para la ciudad. Vimos que el ambiente urbano no carece de valor y que es importante que la ética ambiental se ocupe de él. Tal vez mi principal conclusión es que la ética ambiental nos exige un ejercicio de autorreflexión: tenemos que contestar la pregunta de cómo queremos que sea el ambiente en la ciudad. Esta conclusión
también podría ser importante con respecto a muchos ambientes fuera de la ciudad. Casi todos son “paisajes culturales”, es decir, áreas no prístinas, sino formadas por nosotros. Me parece que la ética ambiental nos exige, sobre todo, que logremos claridad en cuanto a qué es lo que queremos hacer con ellas. Todas las personas afectadas deberían tener la posibilidad de participar en esta autorreflexión.
Bibliografía.
Fricke, Martin Francisco. (2021). Ética ambiental para la ciudad. Signos filosóficos, 23(46), 120-149. Epub 04 de abril de 2022.Recuperado en 09 de enero de 2023. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-13242021000200120&lng=es&tlng=es.
Martin Fricke* es doctor en Filosofía por la Universidad de Oxford. Sus investigaciones se centran en la filosofía de la mente y la epistemología, con especial énfasis en el problema de la autoridad de la primera persona, así como en la ética ambiental. martin_fricke@yahoo.co.uk
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