Primeros acercamientos al patrimonio
17 abril, 2022Por: Paloma Fernanda Valdez Ayala*
Con el paso del tiempo, los seres humanos creamos conceptos y significados de aquello que nos rodea para trazar un entramado que dote de sentido la vida que compartimos en sociedad, así como nuestro actuar y nuestras relaciones con otros seres humanos, e incluso con otras formas de vida en el mundo. Sin embargo, este proceso mediante el cual asignamos valores a nuestro ser/quehacer no es inocente y mucho menos arbitrario, pues en dicho trabajo de significación no solo determinamos quiénes somos y qué compartimos como colectividad, sino que también excluimos y enmarcamos nuestras diferencias con lo que vemos como ajeno o no representativo de nuestra forma de vida y, por lo tanto, de aquellas personas que no comparten las mismas concepciones del mundo.
Hoy es bien sabido que, ya sean “ellos o nosotros”, todos generamos y creamos sentidos comunitarios de identidad a través de determinados valores, usos, costumbres, tradiciones, que se ven materializados en símbolos como monumentos, edificios, literatura, creaciones artísticas y artesanías, por mencionar algunos que, en su conjunto, pueden lograr conformar un llamado “patrimonio cultural” a través del tiempo. No obstante, con los afianzamientos de los Estados nacionales entre los siglos XVIII XIX regidos por mecanismos colonialistas y patriarcales que suelen auxiliarse de una narrativa histórica moderna y eurocéntrica, no se ha velado por la construcción de sentidos diversos de identidad y, por lo tanto, de sus manifestaciones, ya sean materiales o inmateriales.
Es posible dilucidar esto en el breve recuento histórico sobre la construcción del concepto de patrimonio cultural en el texto El patrimonio cultural: conceptos básicos (Cuetos, 2011), en el cual se evidencia que la discusión con respecto a dicho concepto se llevó a cabo del otro lado del mundo (en el continente europeo). Por consiguiente, el lenguaje y los estándares con los cuales fueron elaboradas las legislaciones y nociones “internacionales” sobre el patrimonio cultural, corren el riesgo de ser descontextualizadas en lugares como Latinoamérica, con sus historicidades tan particulares por el devenir de sus culturas y civilizaciones. Incluso en la obra citada, cuando se mencionan los detractores del “vandalismo” infringido durante la Revolución francesa, se hizo explícito conservar “estatuas o tumbas, que hicieran referencia a la historia nacional y fueran testimonio del pasado común de Francia” (Cuetos, 2011), situación que, si se contextualiza en México, lleva a la pregunta: ¿quién realmente puede hablar de un pasado común mexicano? (o incluso latinoamericano).
Para establecer su identidad y separarse de España, nuestro país necesitaba delimitar lo propio, lo cual involucra el paulatino proceso de producción de lo que lxs mexicanxs consideramos como patrimonio, en tanto, se recurrió a lo evidentemente contrario a España: el pasado indígena, pero no el indígena vivo, sino las grandes ciudades patrimoniales y monumentales, lo que inevitablemente nos conduce a perpetuar la falsa idea de que patrimonio es solo aquello que se encuentra al servicio del Estado y sus narrativas nacionalistas excluyentes, pues este es el que nos indica cuál es el supuesto pasado prehispánico común que compartimos y que nos hace ser, ya sea que en verdad nos represente, o no, priorizando una cuestión mercantilista y una visión esencialista del patrimonio cultural y de la propia cultura. Esto, dejando de lado la agencia de las colectividades e individuos en sus ecosistemas como parte de una construcción más comunal de lo que nos representa, de lo que queremos o deseamos preservar en el tiempo, lo que genera no solo una desvinculación de las comunidades con sus territorios, practicas o actividades, sino que lleva a concebir, como “exclusiva” del Estado, la labor de preservar, cuidar y determinar el valor del patrimonio cultural.
Es por ello vital recordar la pertinencia de combatir la “univocalidad” del patrimonio; es decir, esa idea de que el patrimonio es solo uno y que se relaciona únicamente con el Estado que lo resguarda. Hay que tener presente que los patrimonios también se viven y se practican por las comunidades y personas que les son significantes, y que estos no son fijos e inamovibles, sino que, por el contrario, tan diversas y versátiles son las sociedades como sus fluctuantes culturas y, de esta manera, sus patrimonios.
Fuente consultada
Cuetos, M. P. (2011). El patrimonio cultural: conceptos básicos. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
*Graduada de la carrera en Desarrollo y Gestión Intercultural, ENES-Mérida, especializada en el área de Patrimonio Cultural.