
Ecocuento: ¡Qué calor!
27 abril, 2025Por: Sebastián Medina Reyes*
“¡Qué calooooor!, O EE OOOOOOO; qué calor, que tengo yo”. Dice una gran canción del grupo “Supermerk2”, canción que posiblemente pasó por mi mente y por mi boca más de una vez al adentrarnos en el monte durante alguna de las salidas de campo en las que tuve oportunidad de estar. Esta linda tierra es famosa por muchas cosas, pero destacan las altas temperaturas acompañadas por una sofocante humedad. Para muchos el calor no es un problema, pero cuando éste trae de compañero una niebla invisible que se embarra y se inserta en todo lo que es material, las cosas cambian. Por lo que he visto, es común que las casas en Mérida cuenten con aire acondicionado, o al menos, con ventiladores. No obstante, cuando sales al campo en una disciplina como ecología, no llevas tu casa. Al salir, te pones a merced de ese calor que Chedraui o Costco te hacen olvidar, un elemento que favorece lo interesante y lo inolvidable de tu experiencia como estudiante.
El calor empieza desde la subida al transporte. Hay ocasiones en las que las camionetas tienen ventilación y no sufres antes de la verdadera experiencia, pero cuando no la hay o ésta es mínima, cada minuto transcurrido con tus compañeros y compañeras va construyendo una linda nube de amistad que los une en olor y temperatura, pero lo mero bueno empieza sobre la tierra, cuando no hay ninguna voluntad sobre el tiempo, cuando no hay controlito que buscar para ver los numeritos de la temperatura bajar. El arco de bienvenida a cada lugar es la temperatura, como si te estuviera esperando hasta que llegaras. Al encontrarte, felizmente se abraza a ti para hacerte saber que allí está y que de tu lado no se va a quitar. No hay campo sin alguien de la tropa que se exalte diciendo: ¡qué calor! Y, ya sea tarde o temprano, la sensación del constante bochorno llega a todos en distintos grados. Así, los ademanes y gestos engendrados vuelven la expedición una divertida línea circense o una fúnebre marcha bien bien sudada.
Hay quienes genéticamente y/o por costumbre están capacitados para soportar temperaturas elevadas, pero también están los que no. Regularmente, los más aptos al calor sostienen el equipo, manteniendo el paso firme y evitando que las quejumbres de los asediados rompan la formación. Sin embargo, hay ocasiones donde esto no sucede y la moral del conjunto se devasta ante la victimización de unos cuantos que al final corrompe a todos y todas. Puede uno llevar los mejores equipos, los mejores investigadores, los estudiantes más sobresalientes en sus calificaciones, pero sin la actitud propicia, eso no sirve de mucho. Además, una actitud desintegrante rompe algo de lo más importante, el disfrute grupal de la experiencia.
Quien ha ido de práctica de campo en grupo entenderá de lo que escribo. Aun cuando las condiciones del evento son adversas en la máxima expresión de la palabra, una actitud grupal consolidada hacia lo positivo genera una sensación de aventura y camaradería sin igual. Es ahorrarse un poco el aliento y redirigir esa energía a lo que más se ocupa en el momento, acción que replicada en todos los elementos de un grupo crea un compromiso por el hermano o hermana del costado. Vaya que unos estudiantes requetemetidos en una aguada, en silencio, con paso constante y alineados por la geometría indescifrable de la naturaleza del sitio, pueden ser confundidos por cadetes en una misión infranqueable. No importa que uno se atore, no importa que uno se caiga, la tropa se detiene, revisa los daños y si no son lo suficientes para marcar la retirada, las pisadas se retoman. ¡Qué chulada es el campo cuando tu equipo de trabajo es así!
Hace unas palabras, hablaba de que hay quienes son más susceptibles al calor que otros, pero he de recalcar que esto tiene poco o nada que ver con la actitud, pues aun habiendo personas más sensibles que otras, existen quienes ponen ejemplo de estoicismo y valor en la fila con su silencio e implacabilidad, quienes también ejemplifican humildad al descansar en los momentos adecuados, al refrescarse, al pedir un tiempo de recuperación…Y retomando aquellos momentos donde uno o más elementos del conjunto gruñen ante lo que les incomoda, y no a manera de broma (que sí es común que suceda), el ambiente recibe un pedazo de información fatídico, la moral del grupo cambia drásticamente y se añade una carga sobre los hombros de todos los que andan, desmoronando la motivación grupal y destacando a aquellos que lo propician. Además, lo feo es que las consecuencias de tal evento se pueden mantener por horas, pero ¿fue esto responsabilidad del calor? El calor es externo y puede ser sofocante, pero nosotros podemos cultivar un calor interno que sobrepase cualquier obstáculo fuera de nosotros: una actitud. No es nada fácil, pero seguramente vale el esfuerzo intentarlo. Incluso, uno puede experimentar al decidir tener una expresión de estreñimiento y una de asombro y concentración en medio de una salida de campo para ver el impacto que estas tienen en la actividad del grupo y en la experiencia individual.
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* Sebastián Medina es estudiante de la licenciatura en Ecología en la ENES Mérida.