¡Ahora!… o ¿nunca?

¡Ahora!… o ¿nunca?

28 abril, 2025 0
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El planeta está avanzando indiscutiblemente hacia condiciones que ponen en peligro nuestra supervivencia y el bienestar mundial debido al cambio climático. Este cambio en el clima se debe a las actividades industriales y contaminantes que realizamos desde la revolución industrial hace unos 250 años.

Sin embargo, es importante cambiar la perspectiva temporal para comprender el verdadero significado de estos 250 años en el contexto de la existencia del planeta Tierra. Desde que nuestro planeta se formó, hace aproximadamente 5,000 millones de años, pasaron 2,000 millones de años, en un proceso lento y gradual de cambio constante hasta la aparición de la vida. Durante todo ese tiempo ocurrieron coincidencias únicas y extraordinarias entre los elementos que formaron la atmósfera y el océano y las características que les dieron las condiciones para construir moléculas orgánicas y finalmente, células vivas. A partir de entonces, transcurrieron otros 3,000 millones de años de evolución, diversificación y complejidad de la vida.

Hace apenas unos 13 millones de años aparecieron los primeros simios, y en esa línea de vida, 7 millones de años después apareció el ancestro común entre los humanos y los chimpancés. Hace sólo 15 mil años, el Homo sapiens llegó a la Tierra. Desde entonces, paso a paso, hemos sobrevivido con cambios muy abruptos en nuestras formas de vida: primero recolectando y cazando armados con rocas y herramientas simples, nos organizamos para pescar y cazar, logramos cultivar alimentos y criar animales. Aprendimos a domar el fuego y fundir metales y desarrollamos sociedades para convivir muchos, en grupos con distintas tareas.

La evolución no le dio al Homo sapiens tamaño, fuerza o velocidad. Le dio un cerebro con capacidades únicas de aprendizaje y razonamiento que han permitido que haya grupos especializados en tareas específicas. Así en los últimos 150 años la industrialización, la globalización y la tecnología han crecido abruptamente. Para lograr hacer más, lo que no pudieron hacer los hombres lo hicieron primero animales domesticados, y después inventamos instrumentos y máquinas con las que pudimos trasladar y convertir energía para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Inventamos maquinarias para usar la energía del movimiento de flujos naturales, como los molinos impulsados por grandes ruedas movidas por cauces de arroyos. Después logramos crear dispositivos que convierten la energía térmica en energía mecánica, inicialmente mediante la expansión y contracción del vapor de agua. Para calentar el agua de las máquinas de vapor, y en general para todas nuestras tareas, a lo largo de la historia, usamos combustibles. A lo largo de la historia hemos quemado leña, carbón, petróleo, gas, gasolina; buscando cada vez incrementar la densidad energética del combustible, ya que un kg de leña ofrece solo unos 15 megaJoules de energía, mientras obtenemos aproximadamente 41 megaJoules de un kg de petróleo crudo.

Los avances industriales, tecnológicos y la globalización de las últimas décadas sólo fueron posibles gracias a la gran cantidad de energía que nos ofrece la quema de combustibles fósiles. Pero cuidado, hay un gran peligro en liberar la energía de los combustibles fósiles. Ellos son un gran concentrado que fue recopilado durante millones de años. Al quemarlos en sólo decenas de años, hemos liberado casi súbitamente el CO2 y otros gases que han cambiado la composición de la atmósfera. Ahora el calor que entra del sol ya no es similar al que sale al espacio exterior (efecto invernadero) y estamos teniendo un calentamiento global.

Ahora nos encontramos en un tremendo conflicto. Hemos logrado un estilo de vida que es insostenible. En primer lugar, los combustibles fósiles son finitos y los hemos ido agotando a grandes pasos. Pero mucho más grave que su agotamiento, es la consecuencia de su combustión precipitada, que ya ha generado cambios al planeta con efectos desastrosos para una gran cantidad de seres vivos, incluyendo al ser humano. 

La lista de problemas ambientales que emanan del mismo origen es vertiginosa: la cantidad apabullante de seres humanos con una cantidad apabullante de requerimientos. No queda en el mundo un espacio sin plásticos, sin contaminantes, sin explotación excesiva. Y la distribución de esos requerimientos es abismalmente desigual y profundamente injusta. Durante los años 80s, fueron surgiendo problemas ocasionados por los proyectos de gran escala que habían sido posibles gracias a la industrialización. Proyectos como las grandes presas hidroeléctricas, que incrementaron la economía mientras asfixiaban a las poblaciones locales y a los recursos naturales. De ahí nació, en 1987, el concepto de “desarrollo sostenible”, para rescatar la importancia del vínculo entre las personas, el planeta y la economía. El informe Brundtland, que hizo público el concepto, propuso políticas que consideraran los tres aspectos (ambiental, social y económico) para evitar el impacto negativo que cada uno de esos aspectos pudiera generar en los otros. Tristemente hemos sido testigos de que esa intención no se logró. Una y otra vez la economía tiene preferencia, y su desarrollo implica un aplastamiento del ambiente y de los grupos sociales locales. Esta injusticia recurrente ha generado secuelas y reacciones en grupos que procuran al ambiente y a las sociedades. Reacciones totalmente entendibles, de desconfianza y de oposición.

Hoy el triángulo de la sostenibilidad se asemeja más a la cubeta de cangrejos en la que todos los del fondo impiden que ninguno pueda escalar. El caos que estamos viviendo es inconsistente con los avances tecnológicos que el Homo sapiens ha logrado en su increíblemente corta vida en el planeta. Somos uno de los mamíferos más jóvenes en existencia, y la evolución nos dio cerebros con gran inteligencia, que no vinieron acompañados de sabiduría. En mayoría somos criaturas inmaduras, egocentristas y terriblemente voraces. No queremos escuchar, ver, ni cambiar. Pero tampoco queremos aceptar que estamos ignorando algo; queremos justificarlo. Nos importa dejar claro que las cosas están como están por razones que están fuera de “nuestras” manos. Así la lista de motivos por los cuales seguimos viviendo de forma rapaz y sin considerar cambiar nuestras formas es vasta. Podemos tranquilos y con la conciencia en paz seguir viviendo exactamente como hemos hecho para llegar a este preocupante y peligroso estado. ¿Suena exagerado?  Hace aproximadamente 150 años comenzaron las emisiones de gases de efecto invernadero con la revolución industrial. Hace 130 años, Svante Arrhenius predijo que el aumento de las emisiones de dióxido de carbono podría provocar un calentamiento global. Hace casi 30 años se creó el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), con reuniones periódicas para evaluar y discutir avances científicos y políticos relacionados con el cambio climático. Y seguimos viviendo, actuando y consumiendo de la misma forma. No hay exageración alguna en sentir una devastadora desesperanza al contemplar el panorama.

Pero es verdad que de los más de 8 mil millones de personas que habitamos el planeta, no todos actuamos ni pensamos igual. Quizá es un grupo pequeño el que, sin escrúpulos, decide continuar la depredación sin freno, argumentando que ya no hay nada qué hacer. Y quizá es mayoría la que está esperando a que alguien tome la batuta y nos dirija a un actuar que ponga un freno a la masacre. Mientras tanto cada grupo (ambiente, sociedad y economía), iza su bandera y en defensa genuina de su propia lucha, busca formas de impedir las propuestas de los otros grupos por miedo a más despojo, a más injusticia y a menor crecimiento, respectivamente. También hay quienes tienen fe y confianza en la gran capacidad humana de innovación tecnológica, que esperan que alguien dará con un invento que curará al planeta. Pero lo cierto es que, aunque la energía contenida en los combustibles fósiles es mucho mayor que la que hay en la biomasa, geotermia, hidroeléctrica, eólica y solar (aproximadamente 5, 10, 20, 50 y 100 veces mayor respectivamente), y a pesar de que cada una de estas energías alternativas conlleva el sacrificio de terrenos, recursos y servicios naturales, no hay nada peor ni más catastrófico que seguir quemando hidrocarburos.

Impedir a toda costa proyectos para obtener energía de fuentes alternativas es como no querer que llueva para evitar encharcamientos e inundaciones cuando los mantos acuíferos están secándose y el agua no es suficiente para los habitantes. Es como pensar que son más graves los daños a la infraestructura que morir de sed y de inmundicia.

Pero, aunque hubiera un acuerdo de apostar y promover el uso sustentable de energías renovables, al día de hoy las necesidades energéticas que mantienen nuestras actividades no podrían ser cubiertas con opciones que no sean combustibles fósiles. Con la tecnología existente no sería posible que un avión despegara con energía eólica o solar; ni podrían alcanzarse las temperaturas que requieren procesos industriales que fabrican materiales necesarios para construir gran parte de los productos que usamos todos los días como teléfonos celulares, pantallas y millones de necesidades que el humano moderno ha sido acostumbrado a necesitar.

La creación de programas, normativas y regionalizaciones no ha significado, ni garantiza un cambio real como el que se requiere para detener y revertir el calentamiento global.

Todos los seres vivos del planeta dependen de que los humanos cambiemos radicalmente la cantidad de energía que usamos y también la forma en la que la conseguimos.

Mientras tanto no ha habido un grito de guerra y por tanto seguimos pretendiendo que hacemos lo que hay que hacer. Y así esperamos… un acontecimiento, un profeta, una catástrofe. Algo que nos saque de la hipnosis y nos devuelva nuestro ímpetu de lucha solidaria, como después del terremoto removiendo escombros. Alguna catástrofe que sea suficiente justificación para poder rechazar la farsa en la que gastamos nuestras vidas sin ser acusados de fatalistas exagerados y fanáticos.

Pero podría no ser necesario.

Podríamos revivir sin pandemia la calma de esos meses y ser testigos de la generosidad y facilidad con la que los ecosistemas se recuperan cuando les damos un poco de tregua.

Podríamos ganar tanto cediendo un poco.

Podríamos.

¿Podremos?


[1] Paleolítico (hace 2.5 millones de años hasta hace 10,000 años aproximadamente).

[2] Mesolìtico (hasta hace 5,000 años)

[3] Neolítico (hasta hace 2,000 años)

Literatura consultada:

Cloud, P., 1988. Oasis in Space: Earth History from the beginning. New York, W. W. Norton, 413 p.

IPCC. (2021). Un resumen para el Cambio Climático 2021.

Kandler, O., 1994. The early diversification of life. In Bengton, S. (ed), Early Life on Earth, Nobel Symposium No. 84, New York, Columbia University Press, 124-131.

Meta AI. (2023). Información proporcionada sobre población mundial y densidad energética de distintos combustibles. Obtenida a través de conversación con un asistente de inteligencia artificial.

Smil, V. (2017). Energy and civilization: a history. (MIT Press, ed.) Cambridge, Massachusetts. 552 p.

Web page: Naciones Unidas. https://www.un.org/es/global-issues/population.


Doctora Cecilia Enriquez Ortiz es Profesora de la ENES Mérida adscrita al Departamento de Matemáticas Aplicadas y Geociencias.