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22 abril, 2025 0

Discurso: un concepto útil para pensar que la guerra no solo se libra en el campo de batalla

Por: Ana Silvia Canto Reyes* Dependiendo de dónde vivas, del círculo social en el que te muevas y del tipo de medios de comunicación que utilices para informarte, es más o menos probable que hayas estado en contacto con términos tan variados como “guerra”, “genocidio” o “terrorismo” en lo referente a la situación actual entre Israel y Palestina. Esta diferencia en la caracterización de un mismo fenómeno por parte de distintos medios de comunicación o líderes políticos no es casual ni mucho menos neutral, y responde a lo que desde las Ciencias Sociales y las Humanidades entendemos con el concepto de discurso. Cuando hablamos de discurso no nos referimos exactamente a aquel solemne mensaje que ante su audiencia da quien ha recibido un Premio Nobel o un Óscar (speech, en inglés), sino a un conjunto de prácticas simbólicas que estructuran la forma en la que construimos la realidad social. Con algunas variaciones entre enfoques, podríamos pensar en el discurso como un patrón de significados que moldea la manera en la que las personas interpretan el mundo y actúan en él. Ahora bien, los discursos adquieren relevancia como objetos de estudio de las Ciencias Sociales en la medida en que pueden contribuir –y con frecuencia lo hacen– a mantener estructuras de poder y legitimar sus injusticias. Para Foucault, de hecho, los discursos son una tecnología al servicio de grupos dominantes para regular el conocimiento y las subjetividades de los dominados y, con ello, configurar la percepción colectiva de la realidad (Foucault, 1973). Pero lo interesante de los discursos dominantes es que logran que la aceptación de las desigualdades que conllevan se dé de forma voluntaria. Y esta es una idea clave en el pensamiento de Gramsci: al contribuir a la construcción del consenso social, los discursos tienen la capacidad de que ciertos sistemas de poder se mantengan y perpetúen sin necesidad de coerción directa (Gramsci, 1970). Para aterrizar estas ideas, pensemos en la siguiente escena, propia de los medios de comunicación y relativamente común en sociedades contemporáneas: protestas de grupos marginados son descritas como actos de vandalismo, mientras que movilizaciones de sectores privilegiados se presentan como legítimas expresiones de preocupación ciudadana. El resultado con frecuencia es que sean las mismas personas en situaciones desfavorecidas quienes desaprueben y condenen demandas de las que ellas mismas podrían verse beneficiadas, al mismo tiempo que se suman a causas que atentan contra sus propios intereses. Los ejemplos sobran. Pero el vehículo con el que los discursos consiguen estructurar narrativas –y, para el caso que nos ocupa, naturalizar ideologías que favorecen intereses específicos– es nada menos que el lenguaje. Por lo tanto, los discursos son también legítimos objetos de estudio para los científicos del lenguaje, es decir, para los lingüistas. Por ejemplo, Halliday, lingüista británico reconocido por haber desarrollado la Lingüística Sistémico-Funcional (LSF), afirmaba que la ideología se materializa en el discurso a través del lenguaje. Así, este no es solamente un conjunto de reglas formales que nos permiten describir la realidad, sino, sobre todo, un sistema de recursos mediante el cual se construyen y negocian significados en la vida social (Halliday, 2017). Esta visión sociosemiótica del lenguaje es también la que nos permite comprender que las estructuras lingüísticas participan activamente en la legitimación de ciertas identidades sobre otras. Este es, de hecho, uno de los argumentos más sólidos a favor del lenguaje incluyente por encima del masculino genérico y otras formas no incluyentes. Se trata de un debate actual y ampliamente conocido –incluso, entre no especialistas– que, más allá de centrarse en cuestiones meramente gramaticales, implica reconocer cómo las elecciones lingüísticas contribuyen a visibilizar o invisibilizar sujetos dentro del entramado discursivo de una sociedad. Un ejemplo más de cómo la ideología se materializa en el lenguaje a través del discurso forma parte de mi trabajo de investigación sobre los discursos asociados a la publicación como elemento legitimador de la práctica académica, realizado en el marco del Análisis Crítico del Discurso. Empleando métodos propios de la LSF, describí cómo la lógica de la productividad y el mérito individual, propias de la ideología neoliberal, permean las representaciones que investigadoras e investigadores de distintas áreas disciplinares y estados del país hacen de su propio trabajo. Esto se hace evidente, por ejemplo, cuando emplean el verbo “produje” en lugar de “publiqué”, o cuando se refieren al diálogo especializado que se da a través de una publicación usando términos como impacto o citación, conceptos cuantificables, comunes en la jerga empleada por los sistemas de evaluación con base en indicadores de productividad. Lo interesante de este tipo de representaciones es que son recurrentes incluso entre quienes asumen una actitud crítica ante el sistema o entre quienes manifiestan no dar importancia a este tipo de evaluaciones. Llegado este punto, podríamos detenernos a recapitular sobre un par de cabos que pueden haber quedado sueltos. Primero, el discurso no es ideología en sí mismo, pero actúa como su mediador. Las ideologías, por su parte, no son algo que se vea directamente, sino que están implícitas en las prácticas sociales y culturales, pero que necesitan del discurso para materializarse, para transmitirse y reproducirse en la sociedad. Así, los discursos dominantes pueden hacer que ciertas ideologías parezcan naturales o de sentido común. Por ejemplo, la frase “el que quiere, puede” refuerza la ideología meritocrática sin que necesariamente se perciba como una construcción ideológica. Segundo, el lenguaje (esto es, un sistema organizado de palabras y otros signos no verbales) es la materia prima con la que se construyen los significados, pero tampoco es discurso en sí mismo: es la forma en la que se articulan estas palabras lo que da lugar a los discursos. Por ejemplo, palabras como libertad, democracia o progreso existen como signos lingüísticos, pero su significado específico depende del contexto discursivo en el que se usen, mismo que puede alinearse con ideologías distintas, incluso antagónicas. Visto así, los signos lingüísticos son una buena forma de operacionalizar conceptos abstractos en la investigación. Regresando al tema planteado al inicio de este texto, hace algunas décadas,…