Etiqueta: identidad

14 marzo, 2023 0

Cuéntame Yucatán

Por: David Sosa Álvarez* ¿Qué nos hace ser mexicanos? ¿Cuál es el sentido de nuestra identidad nacional? ¿Qué es la nacionalidad? Si es difícil dar una respuesta que incluya toda la diversidad cultural que existe en México para la búsqueda de una identidad nacional, centrarse en un estado donde dentro suyo parece que existen distintos rasgos identitarios que difieren enormemente con los de fuera de sus fronteras, es una tarea sumamente compleja. Por ello, no quiero limitar mis palabras a contar cosas bonitas sobre Yucatán, estado que me vio nacer y, hasta cierto punto, me ha (nos ha) refugiado de un México que cada día parece menos lindo y menos querido. Y ojo, que al ser yucateco de pura cepa, la afirmación anterior puede tildarme como lo que muchos hermanos paisanos sí que llegan a denostar: una especie de xenofobia. El racismo contra todo aquel que no sea Yucateco y venga a vivir a estas tierras es tan palpable que se ha revalorizado una palabra de origen maya la cual, como muchas otras, está ligada al léxico de gran parte de la población yucateca: Waach o Huach término utilizado para referir que una persona no es propia de la región. La palabra suele tener distintas acepciones, algunos la utilizan para referir específicamente a los oriundos del centro del país, otros a los de Tabasco, sin embargo, la acepción de la cual hago uso aquí es a la que me ha referido mi padre quien vivió toda su infancia en el municipio de Bokobá, poblado de donde era mi abuelo y gran parte de mi familia paterna: “Waach se le dice a todo aquel que viva pasando el letrero de Bienvenidos a Yucatán”.  Con lo anterior, espero haber brindado un preámbulo sobre algunas de las problemáticas sociales más conocidas de la llamada tierra del faisán y el venado, preámbulo que nos servirá de base para desmitificar un estado que hoy día es portada de revistas internacionales, un estado que por fuera parece un destino turístico inigualable así como también una opción ideal para vivir, pero por dentro arrastra una retahíla de problemas sociales y desigualdad los cuales, más que ser atendidos, parece que crecen a la par del desmedido crecimiento urbano. Estas palabras van dirigidas a todas aquellas personas que las haya convencido la infografía turística del Yucatán de los pueblos mágicos, también a aquellas personas que opten por venir a vivir a las ciudades yucatecas y si acaso también al yucateco de antaño, que si algo hemos de reconocer todos los que estamos creciendo ahora mismo en estas tierras es que nuestra capital es blanca pero mucho más por motivos clasistas que por una seguridad inigualable. ¿Cuál sería la mejor manera de Contar Yucatan sin dejar fuera ciento cinco municipios? Esta es una preocupación personal, no puedo negar que mis palabras están bajo una visión citadina y que hablar de Yucatán utilizando generalizaciones es dejar fuera pueblos con raíces milenarias de nuestra cultura maya, los cuales viven muy distinto en comparación con la capital. Entiendo que esto no es una situación particular, la gran mayoría de los estados de la republica mexicana tiene comunidades rurales con problemáticas muy similares, sin embargo, hablare aquí de Yucatán en el mismo sentido del que hablan los que nos gobiernan y también los que le ponen precio a la tierra o mejor dicho a los lotes de tierra. “Sisal, paraíso de Yucatán donde los habitantes rechazan ser Pueblo Mágico” escribió el 5 de julio del 2021 Claudia Arriaga para el medio digital Haz Ruido con respecto al pueblo costero de sisal y su nombramiento como Pueblo Mágico. La nota continua con las siguientes palabras del representante de la Alianza Comunitaria Sisal, Manuel Hernández Canul:  Mágico sí es porque han desaparecido todo, la costa y no hay terrenos para futuras generaciones. En lo mágico nos encontramos con gente del pasado, exautoridades que invierten con privados, aquí están haciendo construcciones, contratos y convenios con gobiernos del pasado. Hay casas para canadienses y americanos, lo que causa molestia, porque no puede ser posible que haya calles dañadas en donde vivimos y del otro lado casas con postes de alumbrado eléctrico.  Lo que sucedió en Sisal es la expresión máxima de la situación actual del estado de Yucatán. La comunidad fue encuestada y los resultados indicaron que un 98% de los habitantes no estaban de acuerdo con el título de Pueblo Mágico. Hablan sobre la inmediata subida de precios en la comida y en la renta de las viviendas, las construcciones que destruyeron el manglar e imposibilitaron el acceso a la playa por esas zonas. “Si antes la renta de una casa costaba 1,800 pesos mensuales, ahora no bajan de 2,500” cuenta una vecina de la localidad. Pero lo más preocupante es que estas declaraciones fueron realizadas a mediados del 2021. Hoy la página de la Secretaría de Turismo del Gobierno de México ostenta, entre un listado de 132 Pueblos Mágicos, el nombre de Sisal, el pueblo costero que rechazó explícitamente el apelativo.  En este mismo sentido, la página de la Secretaria de Turismo, justo en el apartado de la lista de los Pueblos Mágicos, escribe lo siguiente: “El Programa Pueblos Mágicos contribuye a revalorar a un conjunto de poblaciones del país que siempre han estado en el imaginario colectivo de la nación y que representan alternativas frescas y variadas para los visitantes nacionales y extranjeros”. ¿Revalorar? ¿Imaginario colectivo? Eso es lo que son (para ellos) nuestros pueblos mayas originarios, “imaginarios colectivos”, y solo podemos darles valor a estos lugares en donde han nacido y muerto familias enteras, donde han hecho sus propias historias, donde niños van a la escuela, ríen, juegan, donde se bañan en el mar y se divierten con la arena, a todo esto y un cuantioso etcétera, solo podemos “revalorarlo” con inversión extranjera. Qué importa si el pescador ahora tiene que desplazar su barca, pues en donde antes la dejaba al término de su labor, ahora hay un bonito y moderno conjunto de…

5 octubre, 2022 0

Mi conexión con la ética ambiental, con el estar y el sentir en la naturaleza

Por: Rashel Alexandra Tello Zetina* El estar y el sentir en la naturaleza El interactuar con nuestro entorno no sólo se basa en relacionarnos con los seres humanos, sino se encuentra en aquel conjunto de seres, conjunto de saberes, conjunto de sensaciones, de experiencias, que involucran no solamente a la humanidad sino a todo aquello que nos rodea.  Entender que somos más que seres individuales, comprender que nuestra existencia va más allá de pensarnos como individuos, entender que nos conformamos de todas las relaciones, de todos los encuentros Me inspiro mucho en la visión que tienen Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro (2020) en su libro Afectividad ambiental, que nos hace comprender todos estos términos, comprender que la ética ambiental va más allá de la interacción entre los seres humanos y el medio.  Siempre he pensado que nuestra conexión en el mundo va más allá del conocimiento racional, nuestra existencia es entender que las relaciones y experiencia forman, no sólo nuestra personalidad, sino nuestra esencia. La esencia, para mí, es aquello que nos hace “ser” quien somos, aquello que nos diferencia de todos los seres en el universo.   La existencia es algo muy complejo, y se puede entender, según Giraldo y Toro (2020) como la interconexión entre las líneas de vida de todos los seres. Para mí, el “estar” aquí representa eso mismo, conectarme con las personas, con las cosas, con la naturaleza, crear experiencias tangibles e intangibles, visitar lugares, crear recuerdos y conocer cómo me conecto con el entorno, entender que somos cuerpos entrelazados con el medio que obtenemos cosas tan valiosas de manera mutua. Entender la crisis ambiental  La ética ambiental moderna se ha traslado de la idea de “vivir feliz” y “desarrollarse”, antes la ética ambiental se basaba en el impacto ambiental y “cuánto daño se puede hacer”. Hoy en día, la ética ambiental sirve para encontrar justificaciones de las consecuencias que el “desarrollo” capitalista le trae al planeta.  Al plantearnos la pregunta ¿qué es para nosotrxs la crisis ambiental? Yo pienso que es aquel momento en que los seres humanos dejan de utilizar lo que nos brinda la Tierra para sobrevivir y que, en vez de eso, se consume por ambición y para satisfacer la necesidad idealizada de felicidad.  La felicidad es aquella que es impuesta por nuestro entorno, esa sensación de plenitud que viene desde algo físico, algo material; la felicidad es aquello que nos venden con la frase “el dinero compra la felicidad” y hace que creamos que el tener más y más cosas nos llevará a una vida plena y feliz.  Como plantean Giraldo y Toro (2020), la crisis ambiental surge cuando comienza ese desapego entre la naturaleza y el ser humano, surge en el momento de indiferencia, de desarraigo y un sentido autoritario sobre las cosas que nos rodean; esto, con un origen en el siglo XIX con la revolución industrial y los movimientos de personas obreras. La sociedad dictamina lo que es bueno y lo que es malo, lo que debemos de hacer y lo que no; ¿Cuándo en realidad es que podemos decidir por nosotros mismxs?, ¿en qué momento está bien pensar individualmente? Agust D (2020), en su canción People, habla sobre la cotidianeidad de la vida, aquella repetición de las cosas que nos lleva a seguir una rutina interminable y a desear cosas que no tenemos, y a no apreciar las que ya tenemos. Cito, Todos manejan las molestias… La repetición de situaciones dramáticas hace que la vida sea agotadora… Queremos si no tenemos, no queremos si tenemos… ¿Quién dice que las personas son animales con sabiduría? En mi opinión, estoy seguro de que las personas son animales con muchos arrepentimientos… Viviendo en un mundo donde nada es eterno; cada cosa que pasa es algo pasajero. Aquí puedo interpretar, desde el punto de vista medioambiental, que la sociedad nos ha llevado a crear un ciclo sin fin, un círculo vicioso del cual no se puede escapar. De aquellas expectativas que la sociedad pone sobre las personas que de un momento a otro se volvieron parte de la rutina y el ser mismo pierde la esencia de su existir en el mundo, se pierde la identidad y las razones por las que hacemos las cosas.  Las situaciones de vida, las historias, las experiencias, las personas, todo es efímero, y de un momento a otro, si no se siente, si no se aprecia, puede desaparecer y dejar en su lugar dolor.  El dolor se ve reflejado en las acciones del ser humano hacia su entorno y en el desapego con la naturaleza. Acciones que pasan de largo y que se consideran de menor importancia son las que más dañan al ambiente. Un descubrimiento personal Entender que algunas veces el destino tiene otros caminos para nuestras vidas, entender que hay más de una alternativa, más de un fin, puede ser difícil para muchas personas; incluyéndome. Desde que tengo memoria mi sueño había sido estudiar la licenciatura en Medicina, toda la vida me preparé con este único propósito, pero una vez que lo tenía en mis manos, una vez que lo había conseguido, sentí un vacío, un vacío que no me permitió continuar. Muchas cosas pasaron en mi vida en aquel momento, el comienzo de una pandemia, una nueva enfermedad en mi cuerpo y miles de decisiones rodeaban mi mente, pero de algo estaba segura, mi objetivo no era estudiar medicina.  Una vez que salí de la carrera sentí que un peso se liberó de mis hombros y me puse a pensar, ¿ahora qué hago, ahora qué sigue? En esa búsqueda, me topé con la licenciatura en Ciencias Ambientales.  Las ciencias ambientales, según la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es aquella ciencia enfocada en el estudio y la solución de problemas ambientales, así como en el manejo integral del paisaje y de los ecosistemas.  La pandemia impulsó en las personas un ideal de cambio, y en mí, despertó un sentimiento de apreciación por las cosas, un sentimiento tan bello como horroroso…

17 abril, 2022 0

Primeros acercamientos al patrimonio

Por: Paloma Fernanda Valdez Ayala* Con el paso del tiempo, los seres humanos creamos conceptos y significados de aquello que nos rodea para trazar un entramado que dote de sentido la vida que compartimos en sociedad, así como nuestro actuar y nuestras relaciones con otros seres humanos, e incluso con otras formas de vida en el mundo. Sin embargo, este proceso mediante el cual asignamos valores a nuestro ser/quehacer no es inocente y mucho menos arbitrario, pues en dicho trabajo de significación no solo determinamos quiénes somos y qué compartimos como colectividad, sino que también excluimos y enmarcamos nuestras diferencias con lo que vemos como ajeno o no representativo de nuestra forma de vida y, por lo tanto, de aquellas personas que no comparten las mismas concepciones del mundo. Hoy es bien sabido que, ya sean “ellos o nosotros”, todos generamos y creamos sentidos comunitarios de identidad a través de determinados valores, usos, costumbres, tradiciones, que se ven materializados en símbolos como monumentos, edificios, literatura, creaciones artísticas y artesanías, por mencionar algunos que, en su conjunto, pueden lograr conformar un llamado “patrimonio cultural” a través del tiempo. No obstante, con los afianzamientos de los Estados nacionales entre los siglos XVIII XIX regidos por mecanismos colonialistas y patriarcales que suelen auxiliarse de una narrativa histórica moderna y eurocéntrica, no se ha velado por la construcción de sentidos diversos de identidad y, por lo tanto, de sus manifestaciones, ya sean materiales o inmateriales. Es posible dilucidar esto en el breve recuento histórico sobre la construcción del concepto de patrimonio cultural en el texto El patrimonio cultural: conceptos básicos (Cuetos, 2011),  en el cual se evidencia que la discusión con respecto a dicho concepto se llevó a cabo del otro lado del mundo (en el continente europeo). Por consiguiente, el lenguaje y los estándares con los cuales fueron elaboradas las legislaciones y nociones “internacionales” sobre el patrimonio cultural, corren el riesgo de ser descontextualizadas en lugares como Latinoamérica, con sus historicidades tan particulares por el devenir de sus culturas y civilizaciones. Incluso en la obra citada, cuando se mencionan los detractores del “vandalismo” infringido durante la Revolución francesa, se hizo explícito conservar “estatuas o tumbas, que hicieran referencia a la historia nacional y fueran testimonio del pasado común de Francia” (Cuetos, 2011), situación que, si se contextualiza en México, lleva a la pregunta: ¿quién realmente puede hablar de un pasado común mexicano? (o incluso latinoamericano). Para establecer su identidad y separarse de España, nuestro país necesitaba delimitar lo propio, lo cual involucra el paulatino proceso de producción de lo que lxs mexicanxs consideramos como patrimonio, en tanto, se recurrió a lo evidentemente contrario a España: el pasado indígena, pero no el indígena vivo, sino las grandes ciudades patrimoniales y monumentales, lo que inevitablemente nos conduce a perpetuar la falsa idea de que patrimonio es solo aquello que se encuentra al servicio del Estado y sus narrativas nacionalistas excluyentes, pues este es el que nos indica cuál es el supuesto pasado prehispánico común que compartimos y que nos hace ser, ya sea que en verdad nos represente, o no, priorizando una cuestión mercantilista y una visión esencialista del patrimonio cultural y de la propia cultura. Esto, dejando de lado la agencia de las colectividades e individuos en sus ecosistemas como parte de una construcción más comunal de lo que nos representa, de lo que queremos o deseamos preservar en el tiempo, lo que genera no solo una desvinculación de las comunidades con sus territorios, practicas o actividades, sino que lleva a concebir, como “exclusiva” del Estado, la labor de preservar, cuidar y determinar el valor del patrimonio cultural. Es por ello vital recordar la pertinencia de combatir la “univocalidad” del patrimonio; es decir, esa idea de que el patrimonio es solo uno y que se relaciona únicamente con el Estado que lo resguarda. Hay que tener presente que los patrimonios también se viven y se practican por las comunidades y personas que les son significantes, y que estos no son fijos e inamovibles, sino que, por el contrario, tan diversas y versátiles son las sociedades como sus fluctuantes culturas y, de esta manera, sus patrimonios. Fuente consultada Cuetos, M. P. (2011). El patrimonio cultural: conceptos básicos. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza. *Graduada de la carrera en Desarrollo y Gestión Intercultural, ENES-Mérida, especializada en el área de Patrimonio Cultural.