Categoría: Divulgación

3 agosto, 2022 0

¿Podría un sismo destruir una ciudad? El caso del graben de Acambay

Por: Sara Cuevas Sandoval*** Texto publicado previamente en el blog Planeteando El 21 de noviembre de 1912 tuvo lugar uno de los sismos más catastróficos registrados dentro de la cronología sísmica de México, el Sismo de Acambay. Su magnitud fue de entre 6.9 y 7.1. El movimiento telúrico con epicentro en el graben de Acambay trajo consigo la pérdida de cientos de vidas humanas, así como de bienes materiales, sepultando a  los pueblos aledaños bajo una pila de escombros.  Considerando que hace más de 100 años el tamaño poblacional del país era diez veces menor que en la actualidad, las pérdidas humanas y económicas, provocadas por el sismo de 1912, representan un episodio trágico en la historia sísmica de México. Aún cuando la población fuera la misma que en la actualidad, perder todas esas vidas seguiría siendo una tragedia. ¿Por qué es peligroso que tiemble en Acambay? El municipio de Acambay, está ubicado al noreste del Estado de México, dentro del Cinturón Volcánico Transmexicano. Se asienta en la parte extrema de un graben, que es un rasgo geológico delimitado por fallas normales paralelas. Específicamente, el municipio se encuentra sobre el techo de una de estas fallas normales. El graben de Acambay tiene una longitud de 80 km de largo, por 15 a 30 km de ancho y se limita por cuatro fallas con actividad tectónica y sísmica actual. Debido a estas características las fallas del graben de Acambay tienen el potencial de generar sismos de carácter destructivo. Además, la zona se delimita por dos volcanes de tamaño considerable, el volcán Temascalcingo y el volcán Altamirano, por lo que también puede haber actividad volcánica significativa.  Para Sunye-Puchol et al. el carácter morfoestructural y dinámico del graben de Acambay sugiere una elevada inestabilidad tectónica reciente y una notable actividad sísmica del tipo intraplaca. Los sismos que se generan dentro de una sola placa tectónica pueden alcanzar magnitudes mayores a 7. ¿Debería preocuparnos un sismo intraplaca? El periodo de recurrencia de los sismos intraplaca oscila entre los miles a decenas de miles de años, mientras que, el de los sismos generados en los límites de las placas, ocurre cada decenas o cientos de años (a partir de datos reportados por Sunye-Puchol et al.). Sin embargo, la capacidad destructiva de los sismos intraplaca puede ser mayor, ya que son sismos superficiales que no llegan a sobrepasar los 35 kilómetros de profundidad. En este caso, como la energía llega menos atenuada, este tipo de sismos pueden generar rupturas en el terreno superficial.   Los potenciales daños provocados por posibles sismos en Acambay podrían ser alarmantes, según Kostoglodov et al. Aún cuando estos sismos  no lleguen a alcanzar magnitudes tan altas como un típico sismo intraplaca, cerca del posible epicentro la densidad poblacional es alta, aumentando así el riesgo.  ¿Qué consecuencias habría si temblara actualmente en la zona?  El sismo de 1912, con epicentro en Acambay ha sido el único movimiento telúrico registrado con rupturas superficiales en la zona central del país. Un terremoto de las mismas características en pleno 2021 representaría una gran amenaza, sobre todo para ciudades densamente pobladas y con estructuras de gran tamaño y complejidad, como Toluca, Querétaro y la Ciudad de México. El sismo podría producir un rompimiento en el terreno. Esto traería consigo modificaciones en el relieve terrestre que podría provocar el  derrumbamiento de cientos de inmuebles, lo  que podría costar una gran cantidad de vidas y daños económicos. * Alumna de la Licenciatura en Ciencias de la Tierra. ENES-Mérida, UNAM. Tercera generación.** Revisión: Iris Neri . Profesora Asociada. ENES Mérida UNAM. Foto de portada por Nadiia Ganzhyi en Unsplash.

16 mayo, 2022 0

Telescopios de Cherenkov: tras la energía de los rayos gamma

Por: Dexter Enrique Gómez Ek* La visión es un sentido de gran importancia para el ser humano y muchos otros seres vivos, ya que, gracias a él, podemos interactuar fácilmente con nuestro entorno, pues nos brinda valiosa información de lo que hay en este. El ojo humano, a pesar de ser muy complejo, está limitado a recibir información solo de cierta parte de lo que el mundo es en realidad. Los médicos usan dispositivos de rayos X para examinar los huesos de un paciente, los cuales los ayudan a ver de una manera distinta para obtener información que sus ojos no pueden. Entonces, ¿qué es diferente en lo que ve el ojo humano y lo que capta un dispositivo de rayos X? La respuesta está en el espectro electromagnético. La energía electromagnética se esparce a través de ondas que pueden tener diferentes características. Al hablar de espectro, se hace referencia a la longitud de onda que tiene esta energía electromagnética; comúnmente se le conoce como espectro electromagnético. La ciencia lo clasifica a través de las distintas longitudes de onda que tiene, donde los rayos gamma son los de menor longitud, y las ondas de radio, las de mayor longitud de onda. Y es así que la diferencia entre el ojo humano y un dispositivo médico de rayos X radica en la frecuencia del espectro electromagnético que utilizan para obtener información. Diferentes observaciones con el uso de distintos espectros electromagnéticos pueden ayudarnos a conocer mejor lo que nos rodea: en un brazo, por ejemplo, el ojo humano puede ver el color de piel y distinguir sus características superficiales; con un dispositivo de visión infrarroja se podría observar su temperatura e incluso distinguir su flujo sanguíneo; por otro lado, a través de los rayos X podemos observar los huesos, y es así que en un estudio, mediante distintas frecuencias electromagnéticas, se puede revelar vital información sobre el estado del brazo de un paciente. Ahora pensemos en el cielo nocturno por un momento, a simple vista es posible observar un gran número de estrellas, en una buena noche, incluso varios miles de ellas, pero ¿qué pasaría si usamos un dispositivo para observar el mismo cielo a través de visión infrarroja? Veríamos uno absolutamente diferente. Las enanas rojas son las estrellas más abundantes en el universo y solo producen luz infrarroja, por lo que, al observar el cielo usando ese espectro, veríamos estrellas que jamás hemos visto con los ojos. Desde hace unas décadas, los astrónomos han sacado partido de este conocimiento para estudiar el universo a través de múltiples instrumentos que nos permiten mirar el cielo con distintas frecuencias del espectro electromagnético. Así hemos podido observar fenómenos que serían imposibles de estudiar con el espectro visible. En el grupo del espectro electromagnético de onda corta se encuentran los rayos gamma, un tipo de rayos altamente energéticos que se producen en los eventos más interesantes del universo, donde grandes cantidades de materia son impulsadas a velocidades cercanas a la de la luz, que son enormes explosiones. Los rayos gamma, al ser altamente energéticos, tienen una longitud de onda extremadamente corta, por lo que atraviesan la materia sin problemas de una manera semejante a la de los rayos X. Los rayos gamma y los rayos X tienen muchas características en común: son de alta energía, de longitud de onda muy corta y se producen en eventos violentos del universo. Pese a que los segundos tienen una longitud de onda más larga que la de los primeros, se distinguen entre ellos por la parte del átomo que los emite: los rayos gamma son emitidos por el interior del núcleo de este, mientras que los rayos X, por el exterior del núcleo. Como mencionamos, los rayos gamma se producen en eventos violentos del cosmos, ¿a qué nos referimos con esto? Estos eventos son las grandes explosiones producidas por supernovas (explosiones de estrellas masivas moribundas), púlsares (estrellas de neutrones que emiten radiación de forma periódica) o incluso eventos más exóticos, como agujeros negros; en todos estos se aceleran y producen interacciones de partículas de muy alta energía, generando así rayos gamma. Al saber entonces de dónde provienen los rayos gamma, es fácil comprender el interés de la comunidad científica en su estudio, por lo cual fue necesario idear métodos efectivos para detectarlos. Cabe señalar que, debido a la longitud de onda tan pequeña de los rayos gamma, estos atraviesan casi cualquier material sin problemas, por lo que se requieren otros métodos poco tradicionales para poder observarlos.En 2008, la NASA puso en órbita el primer telescopio espacial Fermi, dedicado al estudio de las fuentes de rayos gamma. El principal instrumento de Fermi es el telescopio de Gran Área -Large Area Telescope-, que detecta rayos gamma a través del efecto electrón-positrón que se produce cuando un rayo gamma atraviesa las grandes placas de silicio que posee el instrumento. Este método es efectivo pero conlleva un gran inconveniente: debido al peso del instrumento principal del telescopio, la NASA se vio obligada reducir drásticamente su tamaño y, en consecuencia, el ángulo de visión no es muy grande, por lo que obtener una imagen completa del cielo requiere tiempo. Comprendiendo la radiación Aquí en la Tierra se utiliza otro método para la detección de rayos gamma, considerablemente más económico que un telescopio espacial, el cual ofrece resultados bastante precisos, que en algunos casos son mejores que los del telescopio espacial Fermi. El proyecto se llama Cherenkov Telescope Array (CTA o Matriz de Telescopios de Cherenkov, en español) y utiliza la radiación de Cherenkov producida por los rayos gamma al penetrar la atmósfera. Para entrar en detalle acerca del funcionamiento de estos telescopios, primero hay que tener claro el significado de la radiación de Cherenkov. La velocidad de la luz es de 299 792 458 m/s en el vacío del espacio y, según el medio que la luz atraviese, esta velocidad puede ser menor; en este caso, en la atmósfera de la Tierra, que contiene partículas que afectan el paso de la luz,…

16 mayo, 2022 1

Astrofotografía: surcando el espacio a través del lente

Por: Atl Gerardo Palacios Díaz Era un 14 de febrero de 1990, Día del Amor y la Amistad, y las calles de muchas ciudades del mundo se pintaron de rojo por tantas flores, globos y regalos, cada uno destinado a llegar a algún familiar, una pareja o un amigo, quien fuera, el fin era celebrar el amor y la compañía. Mientras, un objeto hecho por la humanidad, el más alejado de nosotros, la solitaria sonda espacial Voyager 1, se encontraba a 6 000 millones de kilómetros de la Tierra, destinado a continuar su distanciamiento de esta. Ese día, la sonda volteó en dirección a nuestro planeta y capturó una fotografía en la que este se distingue por ser un punto azul pálido en medio de la oscuridad del universo. Fue la primera vez que nos vimos desde tan lejana distancia, lo que nos permitió dimensionar lo diminutos que somos en el espacio. Históricamente, el ser humano ha tenido la necesidad de fabricar herramientas que le permitan realizar ciertas actividades con mayor facilidad, podríamos remontarnos a la Prehistoria, cuando nuestros antecesores fabricaban lanzas para hacer la caza más sencilla. En la actualidad, la tecnología nos ha dado una gran variedad de herramientas para una infinidad de descubrimientos, desde objetos microscópicos hasta cuerpos celestes: galaxias, estrellas, planetas, nebulosas, nuestro sistema solar y más. La astrofotografía es la disciplina que busca capturar visualmente estos cuerpos celestes con objetos pequeños, como cámaras fotográficas, y hasta telescopios que orbitan en torno a nuestro planeta. Nuevos descubrimientos a lo largo del tiempo En 1609, el científico italiano Galileo Galilei recibió una carta de uno de sus exalumnos, quien le contó que Hans Lippershey, un fabricante de lentes holandés, construyó un objeto que permitía observar cuerpos celestes invisibles al ojo humano. Con esta noticia, Galileo decidió fabricar su propio telescopio, basándose únicamente en la descripción que venía en la carta, y no solo lo consiguió, también logró que los objetos se vieran seis veces más grandes, el doble que en el telescopio de Lippershey. Además, su telescopio arrojaba una imagen derecha de los objetos gracias al uso de una lente divergente en el ocular. Con este invento, Galileo pudo observar la Luna y sus cráteres, la Vía Láctea y Júpiter con 4 de sus 79 lunas. La observación de distintos objetos celestes cambió la forma en que él entendía el sistema solar, lo cual le causó problemas con la Inquisición por apoyar la teoría heliocéntrica de Copérnico: la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés. Gracias a la invención del daguerrotipo en 1839, se lograron las primeras imágenes de distintos cuerpos celestes, como la estrella Vega o la nebulosa de Orión o imágenes de fenómenos astronómicos como los eclipses. Algunos de estos fenómenos fotografiados fueron determinantes en el avance científico: las imágenes obtenidas del eclipse del 29 de mayo de 1919 permitieron comprobar la distorsión gravitatoria de la luz que predecía la teoría de la Relatividad de Einstein. Poco más de 100 años después, la tecnología nos ha permitido observar más allá de nuestro Sistema Solar, hemos descubierto otras estrellas, sistemas solares, cometas, galaxias y objetos misteriosos tales como agujeros negros. En 2019 se tomó la primera fotografía de un agujero negro, ubicado en el centro de la galaxia vecina llamada M87. Para obtenerla se necesitaron ocho radiotelescopios terrestres ubicados en distintos puntos del planeta, uno de ellos, el Gran Telescopio Milimétrico “Alfonso Serrano”, situado en México. Una ventana para conocer el universo Cuando volteamos al cielo nocturno, en la inmensidad del vacío oscuro encontramos puntos brillantes, que pueden ser estrellas o algún planeta del Sistema Solar. Observamos cuerpos gigantes, más grandes que cualquier cosa que hayamos visto, que nuestro planeta e incluso que nuestro Sol. La astrofotografía nos acerca a estos cuerpos celestes, nos da la posibilidad de visualizarlos y nos permite soñar en lo que quizá algún día la humanidad podrá alcanzar, como es el caso de Marte, planeta al que posiblemente la humanidad llegue en los próximos años. Fuentes consultadas Astrofotografía (13 de enero de 2022). Astrofotografía. Cómo empezar, equipo básico y tutoriales. Recuperado de https://www.xn--astrofotografa-dmb.com/ el 8 de abril de 2022. Carter, J. (22 de marzo de 2021). Astrophotography: A Beginner’s Guide. Sky at Night Magazine. Recuperado  de https://www.skyatnightmagazine.com/astrophotography/a-beginners-guide-to-astrophotography/ el 11 de abril de 2022. Cornell, S. y Evenden, I. (1 de febrero de 2022). Astrophotography for Beginners: How to Shoot the Night Sky. Recuperado de https://www.space.com/astrophotography-for-beginners-guide el 10 de abril de 2022. El primer telescopio se presentó hace 400 años.(25 agosto de 2009). El País. Recuperado de https://elpais.com/sociedad/2009/08/25/actualidad/1251151202_850215.html el 12 de abril de 2022. G. M., A. (8 de enero de 2021). Galileo, el astrónomo más persistente.Historia National Geographic. Recuperado de https://historia.nationalgeographic.com.es/a/galileo-astronomo-mas-persistente_16083 el 10 de abril de 2022. Juárez, C. (10 de abril de 2019). La primera imagen de un hoyo negro real. Ciencia UNAM. Recuperado de http://ciencia.unam.mx/leer/854/la-primera-imagen-de-un-hoyo-negro-real el 15 de abril de 2022. *Alumno de la Licenciatura en Ecología, ENES-Mérida, UNAM.

16 mayo, 2022 0

En busca del coral…icolido

Por: Betzi Fernanda Pérez Ortega* Nuestra capacidad visual es sorprendente. Los seres humanos podemos distinguir diferentes formas y movimientos a distancias cortas y lejanas con un campo visual de 180°, menos que el de un gato, que es de 200°. A pesar de esta habilidad, a lo largo de la historia se han desarrollado diferentes objetos que han permitido que veamos más allá de lo que en primera instancia podemos apreciar y, con ello, se han descubierto otros seres vivos y formas de vida difíciles de observar a simple vista, aun si tuviéramos la vista de un gato. Hace muchos años, cuando mirábamos el mar y nos asombrábamos por las formas y los colores de los corales, desconocíamos a qué se debía. Ahora sabemos que los diferentes colores son aportados por miles de diminutas algas (llamadas comúnmente zooxantelas) que viven dentro del tejido de los corales. Entre estos dos organismos existe una relación de simbiosis. ¿Simbio… qué…? Sí, simbiosis. Se trata de una relación en la que dos organismos se asocian y son beneficiados uno del otro; por ejemplo, las algas por medio de la fotosíntesis proveen de alimento al coral, y éste, a su vez, brinda un espacio de protección a las algas. Las relaciones simbióticas no son las únicas que existen en la naturaleza, también están el canibalismo, el mutualismo y el parasitismo. Este último es tal vez uno de los más sorprendentes mecanismos de sobrevivencia; en él hay, en primera instancia, dos organismos que interactúan: el parásito y el huésped. Se le da el nombre de parásito porque vive a expensas del hospedero, pues lo utiliza como hábitat, se alimenta de él, crece en él, se reproduce en él, entre otras cuestiones, pero ¡ojo!, el parásito no es un asesino, no mata a su huésped (salvo algunas excepciones) porque ello significaría la pérdida de su sustento de vida y, por lo tanto, el fin de su propia existencia. No hay que subestimar los parásitos, pues son organismos que han desarrollado múltiples mecanismos para sobrevivir porque, contrario a lo que muchas personas piensan, vivir a expensas de otro no es sencillo. Antes de asentarse en un hábitat, el parásito debe sortear una serie de obstáculos, desde seleccionar un individuo sano, de buen tamaño, así como esquivar las defensas de este, hasta modificar conductas de los huéspedes, a fin de lograr su éxito reproductivo.          Gracias a los avances en las técnicas de secuenciación genética, se ha podido descubrir que en los corales no solo habitan las zooxantelas, sino también una serie de organismos eucariotas,[1] entre los que destacan los coralicolidos. Y aunque bien se pudieron nombrar de una manera más sencilla, en realidad esto concuerda con la complejidad de su asociación con los corales. Estos organismos no son sencillos de observar, de hecho, se sabe que existen debido a que, al realizar secuencias genéticas de los corales y sus simbiontes (las algas), los investigadores encontraron secuencias de ARN que no pertenecían a ninguno de esos grupos. Las secuencias “extrañas” estaban emparentadas con organismos que pertenecen a un grupo llamado Apicomplexa, que son microscópicos parientes cercanos a los corales y las medusas y son parásitos de una gran variedad de organismos. Para sobrevivir, los parásitos pueden adherirse a la superficie de su huésped, o bien penetrarlo para alojarse en su interior. Aquellos que eligen la primera opción son ectoparásitos y viven en la piel o las cavidades externas de sus hospederos. Por otra parte, los endoparásitos eligen una forma de vida dentro del huésped (como los coralicolidos), y son más frecuentes de encontrar en los intestinos, los riñones o el hígado de su hospedero, incluso pueden estar en la sangre. La estrategia de vida que prefieren los parásitos depende de factores evolutivos, por ejemplo, de los órganos de fijación que cada parásito ha desarrollado (ventosas, ganchos) y de su forma de reproducción y alimentación, entre otros. Los parásitos no son los “malvados” de la historia, ya que desempeñan un papel muy importante en las cadenas tróficas de los ecosistemas como reguladores de las poblaciones de los huéspedes, pero también se ha descubierto que realizan un papel como catalizadores de su conducta. Por ejemplo, los parásitos pueden modificar el comportamiento de su hospedero para que este sea una presa fácil para otro organismo, de manera que el parásito pueda completar su ciclo de vida. El parasitismo en una estrategia de vida que se encuentra en organismos de diferentes grupos taxonómicos. Si observas un árbol de la vida, de esos con muchas ramificaciones que reflejan la historia de la vida en el planeta, podrás ver, por ejemplo, el grupo de los hongos y sus diferentes especies que están emparentadas, o bien el grupo de los mamíferos, y cómo, según la familia a la que pertenecen, se agrupan en especies. Pero los parásitos no la ponen fácil, por ejemplo, tan solo entre los helmintos, a los que también se les llama gusanos parásitos, los parasitólogos reconocen cuatro grandes grupos: platelmintos, acantocéfalos, nematodos y anélidos; sin embargo, entre ellos no existe relación de parentesco porque evolutivamente han tenido distintos orígenes. Más aún, hay especies parásitas que pertenecen al grupo de los hongos o de los vertebrados, por lo que no se encuentran clasificadas en los grupos mencionados. Seguirles la pista a los parásitos no es sencillo, sobre todo a los endoparásitos. La cuestión con los parásitos internos es que, para observarlos y estudiarlos, necesariamente se necesita que el huésped esté muerto porque se requiere diseccionar sus órganos. Aún más difícil es seguir la pista de aquellos parásitos que por su pequeño tamaño son imperceptibles a nuestros ojos, y cuya presencia está indicada únicamente por su secuencia genética, como el caso de los coralicolidos. Por ello, a estos parásitos de los corales también se les ha denominado genotype-N o ARL-V (por sus siglas en inglés, que significan Linaje Relacionado a los Apicomplexa), y propiamente no se ha descrito alguna especie. Para registrar una nueva especie, ya sea de planta, hongo, reptil o insecto, los…

3 marzo, 2022 0

La sobrepoblación humana es el principal factor de la crisis ambiental global

Por: Lisset Stephania Harris Martínez, Elena Juárez Guadarrama, Aarón Ulises Poot Hoil*, Francisco Guerra Martínez** En 2023 seremos 8 000 millones de seres humanos en el planeta, una cifra preocupante, pues mantenemos un modelo de desarrollo insostenible. Este trabajo señala la relación fracturada entre la humanidad y la naturaleza y nos invita a reflexionar acerca de los impactos negativos que ha provocado la sobrepoblación humana. Miren a su alrededor. Cada uno de los bienes materiales que poseen tienen a la naturaleza como fuente primaria de su producción; imaginen los esfuerzos requeridos para su obtención, los costos de producción y el daño ambiental que esto implica, ahora multipliquen cada elemento por 8 000 millones, el número de seres humanos en la Tierra. Las sociedades humanas y la globalización han facilitado que la mayoría de las personas en el mundo dispongan de ropa, calzado, gadgets y demás bienes materiales que les proporcionan cierto bienestar. Sin embargo, pocas veces reflexionamos que la naturaleza es la que provee los recursos para producir esos bienes. La sustracción de materias primas provoca un daño ambiental, el cual se intensifica cuando los bienes usados son devueltos a la naturaleza en forma de contaminantes. Los seres humanos nos hemos apropiado de los elementos naturales alrededor del mundo, los utilizamos sin restricciones a tal grado que hemos transformado la mitad de la naturaleza desde su estado original. Nuestros niveles de consumo generan una demanda en la producción de bienes materiales, lo que provoca un deterioro ambiental y la degradación de los ecosistemas. Además, la destrucción de los espacios compartidos con todas las especies impacta en las sociedades actuales debido a que la pobreza, la desnutrición y el hambre aumentan. ¿Cuántos seres humanos somos y cuántos seremos? La Real Academia Española define el término “sobrepoblación” como “superpoblación”, esto es, el exceso de individuos de una especie en un espacio determinado, lo que se traduce en una elevada densidad de personas, justo lo que se presenta en la actualidad. Pero ¿cómo llegamos a esta sobrepoblación mundial? De acuerdo con la plataforma Worldometers.info, las estimaciones históricas sugieren que en el año 5000 a. n. e. la población humana mundial era de 5 millones de personas. Para el año 200 d. n. e. ya existían 190 millones de personas, que se convirtieron en 275 millones en el año 1000 y en 450 millones en 1500. A partir de los efectos socioeconómicos de la Revolución Industrial, que inició en el siglo XVIII, comenzó un ascenso en la población a nivel mundial. De este modo, el año 1804 se reconoce como un parteaguas por el número de seres humanos en el mundo debido a que alcanzó los primeros 1 000 millones. El crecimiento histórico de la población tuvo un aumento exponencial en la segunda mitad del siglo XX, pues pasó de 2 500 millones de personas en 1951 a 6 000 millones en el año 2000; es decir, la población aumentó 137% en tan solo 50 años. Desde el año 1990, diariamente nacen cerca de 380 000 seres humanos, lo que representa aproximadamente 140 millones cada año. Así es como nos acercamos cada vez más a la escandalosa cantidad de 8 000 millones de personas en el planeta (Figura 1). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) realiza las proyecciones de la población mundial. Sugiere que en el año 2023 inevitablemente habrá 8 000 millones de habitantes y para el año 2057 la cifra llegará a 10 000 millones; al finalizar el siglo XXI estará cerca de alcanzar los 11 000 millones de habitantes. Estas son cantidades exorbitantes que, al traducirse en el empleo de recursos naturales, implican una sobrecarga para el planeta. Los datos sugieren que en el presente siglo se aplanará la curva de crecimiento exponencial, es decir, la línea curva se convertirá en una línea recta (asíntota). Las últimas proyecciones aseguran que las tasas de crecimiento de la población disminuirán durante este siglo, pues la cantidad de nacimientos será menor que la de defunciones, lo que llevará a un proceso de estabilización de la curva. Las estimaciones contienen intervalos de confianza, es decir, las posibles tendencias que puede seguir el crecimiento poblacional a partir de los datos actuales. El rango de confianza adquiere valores mínimos de 9 000 millones de personas, con un notable descenso en la población a partir del año 2075 y valores máximos de cerca de 13 000 millones de habitantes que mantienen el crecimiento exponencial mostrado desde el siglo XX (Figura 2). * Alumnado de la Licenciatura en Ciencias Ambientales, ENES-Mérida, UNAM. **Profesor de Ética Ambiental, Licenciatura en Ciencias Ambientales. Contacto: francisco.guerra@enesmerida.unam.mx