Bruno Latour o el fin de las dicotomías

Bruno Latour o el fin de las dicotomías

18 octubre, 2022 0
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Por: César Guzmán Tovar*

Ha muerto Bruno Latour. La partida del filósofo, antropólogo y sociólogo francés es un acontecimiento significativo para el pensamiento social de nuestro tiempo. No me refiero a que la muerte de Latour deje un vacío en las ciencias sociales como aquél que queda cuando las olas se retiran de la arena dejando la playa desnuda e impoluta –eso sería mitificar al individuo antes que reconocer su pensamiento–; me refiero, más bien, a que su muerte desplegará en el mundo académico debates sobre la potencia de sus ideas. Una nueva ola se erguirá sobre el océano de las ciencias sociales, ya no por su propia fuerza, sino por la de sus seguidores y críticos: Bruno, el actante humano, ya no está; pero no hay ningún vacío pues aún no ha llegado el tiempo para que el oleaje de sus ideas se retire definitivamente de la pléyade de las ciencias. 

Los aportes de Latour a la comprensión de la producción de conocimientos científicos llegaron junto con la marea de los estudios de laboratorio que hacia finales de la década de 1970 él y otros científicos y científicas sociales generaron de manera independiente. Se había creado un nuevo método para explicar la construcción de los hechos científicos basado en el tradicional método etnográfico de la antropología. Si antes la ciencia era considerada como una acumulación de conocimientos establecida de manera lógica y racional, ahora se la veía, además, como un conjunto de prácticas que son configuradas culturalmente. Así, los laboratorios se convirtieron en el lugar por excelencia para estudiar la ciencia mientras se hace, lo cual significó un giro epistemológico y metodológico importante en relación con la tradición en la sociología de la ciencia y la filosofía de la ciencia que entendían las ciencias bajo la égida de las normas y valores institucionales autónomos y, en todo caso, como productos meramente cognitivos y no sociales.

Con los estudios de laboratorio la observación in situ de las prácticas científicas llegó para quedarse. Así, Latour y sus colegas configuraron un hilo metódico que pronto se convirtió en hito para los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Hoy incluimos sus aportes en el cúmulo metodológico de nuestras propias investigaciones, vamos a los laboratorios y hablamos con sus protagonistas, entrecruzamos analíticamente la vida en el laboratorio con otros actores y espacios sociales que los atraviesan o los circundan. Heredamos ese movimiento y lo potencializamos (crítica o acríticamente) en nuestros propios contextos. 

El mismo Latour fue, en su momento, crítico de este enfoque y decidió que los conceptos creados debían repensarse de manera sistemática. Así, junto con Michael Callon y John Law, emprendió un nuevo camino para generar una teoría más amplia que pudiera explicar no solo la generación de conocimientos científicos, sino también otras dinámicas socio-técnicas y socio-culturales; me refiero, por supuesto, a la Teoría del Actor-Red (TAR).

No voy a profundizar en la TAR y sus aportes, pues mucho se ha escrito y se escribirá sobre esta teoría que ha sido debatida en amplios rincones del planeta. Quiero simplemente desplegar un elemento epistemológico que Latour movilizó a lo largo de su obra y que me parece que es de gran importancia para el pensamiento científico: el esfuerzo por eliminar las dicotomías.

Hay algo que es seguro, y es que el antiguo papel de la “naturaleza” se halla completamente redefinido. El Antropoceno dirige nuestra atención hacia mucho más que una “reconciliación” de la naturaleza y la sociedad, en un sistema más grande que sería unificado por una u otra. Para obrar semejante reconciliación dialéctica, habría que haber aceptado la línea divisoria entre lo social y lo natural: el Míster Hyde y el Doctor Jekyll de la historia moderna […]. La división entre las ciencias sociales y naturales se han difuminado por completo. Ni la naturaleza ni la sociedad pueden entrar intactas en el Antropoceno, esperando ser tranquilamente “reconciliadas”

(Latour, 2017: 140 y 141)

Me he permitido transcribir esta extensa cita porque sintetiza la apuesta por poner fin al pensamiento dicotómico moderno. Cuando Latour escribe y piensa la naturaleza entre comillas lo hace porque está llamando la atención sobre el carácter cultural de dicha noción. Nuestra concepción de la “naturaleza” no puede significar lo opuesto a “sociedad”; y viceversa. Esta dicotomía (tal vez la más atávica de todas) se ha aferrado en el pensamiento y la cultura de muchas disciplinas científicas al punto de que la organización social de las ciencias se basa en dicha diferenciación: ciencias sociales y ciencias naturales. Pero esto se vuelve aún más problemático en cuanto se le adjudican identidades contrapuestas esas dos tipologías del conocimiento (como efectivamente sucede con el Doctor Jekyll y Míster Hyde): unas se piensan como ciencias “duras”, “exactas”, “transparentes” mientras que las otras no lo son (por lo tanto, y bajo esa dicotomía, debemos asumir que se piensan como “blandas”, “inexactas”, “oscuras”). Así lo recuerda cuando narra los inicios de la TAR:

Si se comenzaba a dividir en dos ramas las perfectas narrativas de la producción de los hechos, que en realidad es un proceso continuo, se volvía simplemente incomprensible el desarrollo de cualquier ciencia. Los hechos son hechos –lo que significa exactos– porque son fabricados –lo que significa que surgen de situaciones artificiales–.

(Latour, 2008: 133 y 134). 

Lo que Latour quiere decir es que no es correcto hacer la distinción entre lo exacto y lo fabricado porque las ciencias (todas las ciencias, naturales y sociales) son construcciones que emergen de situaciones artificiales. ¿Puede haber algo más artificial en las prácticas científicas que un experimento en el laboratorio o una entrevista en una etnografía? 

De esa dicotomía se ha derivado otra que ha marcado, en mayor o menor medida, la cultura y las prácticas al interior de las disciplinas científicas. Es la dicotomía entre lo “puro” y lo “aplicado”. En este caso, y para decirlo en breve, lo puro se vincula a lo teórico y lo aplicado a lo experimental. Y esto, entonces, nos lleva casi que subrepticiamente a esa diferenciación tan moderna entre la mente y el cuerpo; entre la razón y la emoción. Hacer “ciencia pura” –pero, sobre todo, identificarse a sí mismo como un científico o científica pura– significa, hoy, que se otorga más valor a la conceptualización que a la experimentación. Y desde el “lado” de las “ciencias aplicadas” se considera que se debe hacer “algo” con el conocimiento generado (como si generar nuevo conocimiento no fuera, en sí mismo, “hacer algo” importante). Latour lo sintetiza de la siguiente manera al recordar el libro El Leviatán y la bomba de vacío de Steven Shapin y Simon Schaffer (1985): “Del mismo modo, los filósofos de las ciencias y los historiadores de las ideas querrían evitar el mundo del laboratorio, esa cocina repugnante donde se sofocan los conceptos con fruslerías” (Latour, 2007: 44). 

Pensar en que las ciencias se dividen entre básicas (teóricas) y aplicadas (empíricas) es desconocer la manera en la cual realmente se genera conocimientos. Y Latour lo sabía muy bien:

Los críticos de la sociología de la ciencia y la tecnología a menudo sugieren que aún las más minuciosas descripciones en el estudio de un caso no son suficientes para dar una explicación de su desarrollo. Este tipo de crítica toma prestado de la epistemología la diferencia entre lo empírico y lo teórico, entre “cómo” y “por qué”, entre coleccionar sellos –una ocupación despreciable– y la investigación de la causalidad –la única actividad que merece atención. Pero nada prueba que este tipo de distinción sea necesaria.

(Latour, 1998: 139, las cursivas son del autor).

Abreviemos. Lo básico y lo aplicado –o bien, lo teórico y empírico– no son dos identidades opuestas e irreconciliables que se desprecian mutuamente; eso fue un invento moderno y es, hoy, un prejuicio. La apuesta para superar estas y otras distinciones epistemológicas ha sido planteada desde hace décadas por los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, incluido Latour, como el principio de simetría. Simetría, en términos generales, es evitar las dicotomías para explicar los hechos. Las ciencias tienen unas trayectorias que involucran desarrollos de lo técnico y lo conceptual indistintamente, así como prácticas que generan lo básico y lo aplicado simultáneamente. Ser simétricos significa, entonces, –en el contexto de este texto– comprenderlas (a las ciencias) desde la multiplicidad histórica de sus prácticas y no como una oposición dialéctica entre identidades diferenciadas. Ser simétricos es poner fin a la dicotomía entre lo racional y lo emocional, entre lo teórico y lo empírico, entre lo básico y lo aplicado. El principio de simetría es un llamado a evitar los prejuicios.      

No me queda espacio para desarrollar esta idea tal como la plantearon Latour y los demás estudiosos de la ciencia y la tecnología; pero valgan estas palabras como invitación a una lectura crítica de sus obras. Latour murió el pasado 9 de octubre de 2022 en París; sirva este acaecimiento para hacer refulgir sus ideas, pero, sobre todo, para propiciar reflexiones que nos lleven a reconfigurar nuestro entendimiento sobre la ciencia, la tecnología y la sociedad como un continuum, como una red irreductible, si se quiere.

Referencias:

Latour, Bruno (1998). “La tecnología es la sociedad hecha para que dure”, en Domènech, Miquel y Tirado, Francisco (comps.). Sociología simétrica. Ensayos sobre ciencia, tecnología y sociedad. Barcelona: Gedisa, pp. 109-142.

Latour, Bruno (2007). Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red. Buenos Aires: Manantial.

Latour, Bruno (2017). Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Imagen obtenida de HADJ ERICK. https://elpais.com/elpais/2019/03/29/ideas/1553888812_652680.html [Consultado el 18 de Octubre del 2022]


*César Guzmán Tovar es Investigador del departamento en Humanidades y Sistemas Sociales de la ENES Mérida.