Huracanes en la península de Yucatán: vulnerabilidad en las comunidades costeras
16 octubre, 2024Por: José Dondé Perera*
La península de Yucatán es una de las áreas con mayor frecuencia de ciclones en México. A nivel mundial, los desastres naturales están aumentando en frecuencia e intensidad, y entre ellos, los ciclones tropicales generan grandes daños económicos y sociales, particularmente en las zonas costeras de América del Norte y Mesoamérica. El impacto de estos fenómenos depende de diversos factores, como la ubicación de actividades económicas, la infraestructura presente, la frecuencia e intensidad de los ciclones y las características geográficas de las áreas afectadas.
En la Península de Yucatán, el 73% de los desastres naturales reportados entre 2000 y 2022 estuvieron relacionados con ciclones tropicales, lo que resalta la vulnerabilidad de la región. Estos datos provienen de una investigación de la cual fue parte el Dr. David Romero, quien pertenece al Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la ENES-Mérida. Su artículo, titulado “Cambios espaciotemporales en la evaluación del riesgo de vientos huracanados en la península de Yucatán, México”, fue publicado en la revista Natural Hazards.
Huracanes como “Wilma” (2005) y “Gilbert” (1988) son ejemplos claros de la magnitud de estos eventos. “Wilma” provocó pérdidas económicas de 2 402 millones de dólares, mientras que “Gilbert” ocasionó pérdidas de 1 166 millones de dólares y la muerte de 202 personas. El incremento en las pérdidas se debe en parte a la expansión de la infraestructura en las zonas costeras, lo que incrementa la exposición y el riesgo. Así, el costo de los ciclones no solo depende de su potencia, sino también del crecimiento económico y la urbanización en áreas vulnerables.
El riesgo de desastre se define como la probabilidad de alteraciones graves en el funcionamiento de una comunidad debido a fenómenos peligrosos que interactúan con condiciones sociales vulnerables. Los tres factores clave son: la vulnerabilidad (predisposición a sufrir daños), la exposición (presencia de personas, bienes o recursos susceptibles de afectación) y el peligro (probabilidad de ocurrencia de un fenómeno). La combinación de estos factores determina el riesgo y su potencial destructivo. En el caso de los ciclones tropicales, la frecuencia (cuántas veces ocurre) y la intensidad (fuerza, medida en la escala Saffir-Simpson) son determinantes. En la península de Yucatán, el viento más fuerte registrado fue de 165 nudos (306 km/h) por el huracán “Allen” en 1980.
El estudio de la vulnerabilidad a ciclones tropicales es un tema recurrente en la literatura científica, dado que las características socioeconómicas influyen en la capacidad de respuesta ante estos desastres. En México, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) ha desarrollado un índice de vulnerabilidad social, aunque requiere actualizaciones constantes debido a cambios en los factores de riesgo. Evaluar cómo se modifican estos componentes es crucial para prevenir desastres futuros y aplicar medidas de adaptación y mitigación.
La investigación muestra que ni la vulnerabilidad ni el peligro son estáticos, lo que requiere monitoreo continuo para identificar áreas de alto riesgo y proponer acciones que reduzcan la exposición de las comunidades. Aunque existen estudios locales y regionales sobre estos cambios, es necesaria una evaluación más profunda a nivel nacional, especialmente en México, donde los huracanes son una de las mayores amenazas.
La península de Yucatán se encuentra entre el Golfo de México y el Mar Caribe, abarcando Yucatán, Quintana Roo y Campeche, con aproximadamente 5 millones de habitantes y un desarrollo turístico significativo en la Riviera Maya. Su geografía la hace vulnerable a ciclones tropicales, ondas del este y frentes fríos. La precipitación se divide en dos estaciones: una húmeda en verano y una seca el resto del año. El calentamiento global podría aumentar la frecuencia e intensidad de los ciclones, incrementando la vulnerabilidad de la Península en el futuro.
Se utilizaron datos de ciclones del Atlántico Norte desde 1851 hasta 2022, con más de 123,000 registros, incluyendo ubicación, velocidad del viento y distancia a la costa. El estudio se enfocó en el periodo 1950-2020, cuando el monitoreo se volvió más preciso con aviones. Se analizaron datos de la Organización Meteorológica Mundial y el Centro Nacional de Huracanes (NHC) sobre vientos, disponibles en intervalos de seis y tres horas.
Finalmente, se asignaron niveles de peligrosidad para cada área en función de la probabilidad de que ocurrieran vientos huracanados. Se establecieron categorías del 1 al 5, siendo 5 las áreas con mayor riesgo.
Para este estudio fue necesario conocer los índices de vulnerabilidad de la zona, por lo cual se utilizaron datos de los censos de población de los años 2000, 2010 y 2020, proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Se analizaron las localidades, que son el nivel más detallado de datos socioeconómicos disponibles. Se incluyeron 310, 315 y 316 localidades para los años 2000, 2010 y 2020, respectivamente. Aunque hubo algunos cambios en los límites administrativos, estos no afectaron el análisis, ya que los datos se integraron en una cuadrícula de hexágonos previamente creada. En las zonas rurales, los datos de cada localidad se asignaron al hexágono correspondiente; en las zonas urbanas, se dividieron en los hexágonos según el área que cubrían.
El análisis de vulnerabilidad comenzó con la selección de variables relevantes. A partir de investigaciones anteriores, se eligieron 19 indicadores, de los cuales 15 fueron utilizados tras realizar un análisis estadístico. Estas variables incluyen aspectos sociales, económicos y estructurales que influyen en la vulnerabilidad de la población.
Se aplicó un análisis factorial, una técnica estadística que permite reducir el número de variables y desarrollar índices de vulnerabilidad. Este análisis permitió identificar los factores que influyen más en la vulnerabilidad de la población, tales como la falta de servicios de salud, el nivel de educación, la pobreza, el género, el empleo y la marginación (carencia de servicios básicos como agua o electricidad). A partir de estos factores, se desarrolló un índice de vulnerabilidad social para cada año, lo que permitió comparar los niveles de vulnerabilidad entre las localidades.
Al igual que en estudios anteriores, la exposición a huracanes se calculó tomando en cuenta la densidad de población, es decir, cuántas personas viven en cada área. Para esto, se utilizaron las mismas fuentes de datos y áreas de análisis que en el cálculo del Índice de Vulnerabilidad Social (SVI). Se excluyeron cuerpos de agua (como lagos y lagunas), ya que no tienen población y podrían distorsionar los resultados. Además, para evitar que grandes ciudades como Mérida y Cancún afectaran demasiado los cálculos, se aplicó una fórmula matemática que ajusta el impacto de las zonas más pobladas. Así, se obtuvo un índice de exposición para los años 2000, 2010 y 2020, clasificando cada área según su nivel de exposición a huracanes.
De igual forma, se evaluó el riesgo de huracanes en la península de Yucatán mediante la combinación de tres factores: el peligro que representan los huracanes, la vulnerabilidad de las personas y la exposición de las áreas. Se desarrollaron nueve índices diferentes que cubren los años 2000, 2010 y 2020. El riesgo de huracanes se calculó utilizando una fórmula que integra estos tres componentes para cada año. Posteriormente, los resultados se reclasificaron en cinco niveles de riesgo, además de un nivel que indica ausencia de riesgo. Finalmente, se compararon los resultados entre los años para observar cómo ha cambiado el riesgo de huracanes en las distintas áreas a lo largo del tiempo.
Las probabilidades de huracanes en la Península de Yucatán han aumentado ligeramente entre 1950 y 2020. La isla de Cozumel presentó las mayores probabilidades en los tres periodos, aunque en 2020, áreas más extensas del norte de Quintana Roo y el este de Yucatán también presentaron un riesgo elevado. En contraste, en el sureste de la región, las probabilidades de huracanes han disminuido con el tiempo, lo que coincide con estudios anteriores que muestran menos huracanes en el sur y más en el norte.
Al analizar las probabilidades, se identificaron tres franjas en la Península de Yucatán donde es más probable que los huracanes toquen tierra. La franja más extensa abarca desde la Riviera Maya hasta el centro-norte de Yucatán; la segunda cubre el centro de Quintana Roo; y la tercera, más angosta, se ubica en el sur de Quintana Roo. Estas zonas coinciden con las rutas más comunes que siguen los huracanes en la región. Ejemplos recientes como “Zeta” y “Gamma” en 2020, que ingresaron por la Riviera Maya, o “Ida” en 2009, que afectó principalmente la zona norte al pasar por el Canal de Yucatán.
Por otro lado, las áreas con menor probabilidad de huracanes se encuentran en el suroeste de Campeche, donde la geografía y las trayectorias de los huracanes parecen ofrecer una especie de protección natural, reduciendo significativamente el impacto de estos fenómenos en esa región.
Estas variaciones en la probabilidad de impacto no son el único factor a tener en cuenta, ya que la vulnerabilidad de las poblaciones expuestas también juega un papel crucial. El análisis mostró que, independientemente de las zonas de mayor o menor probabilidad de huracanes, existen factores clave como el género, la marginación, la educación y la pobreza que determinan en gran medida los niveles de vulnerabilidad de la población. Estos patrones de vulnerabilidad se han mantenido constantes a lo largo del tiempo, resaltando su importancia en la capacidad de respuesta y recuperación de las distintas comunidades frente al impacto de los huracanes.
Entre 2000 y 2020, se identificó una tendencia hacia la estabilización de las diferencias entre los componentes de vulnerabilidad, lo que sugiere que estos factores clave influyen de manera más homogénea. Sin embargo, la variabilidad total disminuyó, lo que indica la posible aparición de nuevos factores que no fueron considerados en este análisis.
La marginación, especialmente en las comunidades indígenas, junto con la pobreza, sigue siendo uno de los principales factores que aumentan la vulnerabilidad en el sur de la Península de Yucatán. A pesar de algunos avances educativos, persisten rezagos en áreas rurales que agravan esta situación.
La desigualdad de género también afecta la vulnerabilidad, ya que las mujeres tienen menor acceso a recursos y oportunidades económicas. El incremento en la población con discapacidad, que subió del 2% en 2000 al 5.4% en 2020, añade un factor de riesgo en situaciones de emergencia como los huracanes.
El desarrollo económico y el auge del turismo han reducido la vulnerabilidad en regiones del norte, pero en áreas rurales y el sur de Campeche, sigue siendo alta. Mientras tanto, las ciudades más urbanizadas como Mérida, Cancún y Chetumal han experimentado un fuerte crecimiento poblacional, pasando de 3.2 millones en 2000 a 5.1 millones en 2020. Quintana Roo mostró el mayor incremento, con casi un millón de habitantes adicionales en ese periodo.
Este crecimiento ha concentrado la exposición a fenómenos naturales como huracanes en las grandes ciudades, siendo Mérida y Cancún ahora más vulnerables por la cantidad de personas y bienes expuestos. Las áreas críticas con mayor riesgo de huracanes se encuentran en el noreste de la península, donde las trayectorias son más frecuentes y la vulnerabilidad de la población es alta. Aunque zonas como la Riviera Maya tienen mejor infraestructura, el aumento de la población y la expansión turística han incrementado el riesgo con el tiempo. En cambio, las áreas rurales del sur, menos pobladas, presentan menor riesgo debido a su baja densidad de población y menor exposición.
Este estudio analizó cómo ha cambiado el riesgo de huracanes en la Península de Yucatán, integrando la probabilidad de huracanes, la vulnerabilidad de la población y la exposición. Los resultados muestran un aumento del riesgo, especialmente en el noreste de la península, relacionado con el crecimiento poblacional y el calentamiento global. Aunque no se puede asegurar que el cambio climático sea la única causa, el aumento en la temperatura del mar y nuevas condiciones atmosféricas favorecen la formación de ciclones tropicales. El turismo y el crecimiento urbano han incrementado la exposición, elevando así el riesgo. Aunque el estudio no incluyó todos los peligros como lluvias intensas o marejadas, los hallazgos permiten identificar áreas vulnerables y sientan las bases para mejorar las estrategias de reducción de desastres y garantizar la seguridad en la región.
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Natural Hazards se dedica a trabajos de investigación originales sobre todos los aspectos de los peligros naturales, incluyendo la previsión de eventos catastróficos, la gestión de riesgos y la naturaleza de los precursores de los peligros naturales y tecnológicos.
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* José Dondé Perera es alumno de la Licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales en la ENES-Mérida.