Anacronismos y sincronismos en notas de do y en clave fe

Por: Daniela Trujillo Suárez*

Comenzaremos con una historia, una que ha sido modelo arquetípico para el mundo moderno. En principio nos volvemos muchos años atrás sobre la mitología alemana medieval, Historia von D. Iohan Fausten. Esta historia es la de un hombre inteligente y de mucho éxito, Fausto, que consumido por la insatisfacción de sus capacidades humanas decide corromper su alma al pactar con el diablo, Mefistófeles, quien a cambio le promete poder y conocimiento. De manera simultánea al mito germano se estaba escribiendo en 1592 una obra de teatro trágica The Tragical History of the life and death of Doctor Faustus, por el dramaturgo inglés Christopher Marlowe, texto queprecedería las obras de Johann Wolfgang von Goethe en el siglo XIX y, más tarde, a la novela de Thomas Mann Doctor Fausto. La vida del compositor alemán Adrian Leverkühn contada por un amigo (1947). El escritor alemán desarrolla la historia del compositor Adrian Leverkühn, cuyo paralelismo está en hacer coincidir la historia mítica de Fausto con el personaje novelesco, este entrecruzamiento viene delpacto que Leverkühn hace con el diablo como consecuencia de sus ambiciones musicales, es decir, el músico vende su alma a Mefistófeles a cambio de veinticuatro años de genialidades musicales que le conducirán —hasta su muerte— en un pródigo de la música.

A decir verdad, todas estas obras de la literatura occidental, así como las óperas de Charles Gounod y Arrigo Boito, la sinfonía de Liszt y la obertura de Wagner, están fundadas en las escrituras más antiguas; en la base del cuento bíblico de Job. Historia que presuntamente fue narrada por Moisés en la huida de Egipto, y en cuyo corpus se cuenta la historia de un hombre que a pesar de tener muchas virtudes es acechado por Satanás. De manera muy simplificada,  el análisis nos conduce, por un lado, a reflexionar sobre las maneras en que opera la justicia de Dios en el mundo, por el otro, el descontento de Job, Faustus y el músico por la incomprensión de su circunstancia y la apetencia de conocimiento que les orilla a pactar con “aquel que se opone”¹.

En un salto temporal gigantesco, aunque nada lejos de la trama mística, nos situamos ahora ante la leyenda del guitarrista de blues Robert Johnson, personaje que protagoniza la película La Encrucijada del Diablo (2018) —una producción remasterizada de Netflix— y de quien tan poco se sabe, a pesar de su legado musical. La introducción a una historia realmente lejana (la de Fausto) cobra sentido si pensamos que tanto Robert Johnson como Adrian Leverkühncomparten algunas sincronías, por ejemplo, ambos personajes se construyen como figuras misteriosas de la primera mitad del siglo XX (el segundo, claro, desde una dimensión literaria). Luego, uno y otro resultan genios musicales tras gozar del conocimiento que les permitió cambiar la historia de la música; Leverkühn lo hizo en la música clásica y Johnson en el blues. Ya se anunciaba: la música como la religión tienen en sí un poder transmutador (Küng, 2008). De fondo y entre líneas, están las transacciones con el diablo y las concesiones religiosas que envuelven la narrativa. Hans Küng, teólogo y filósofo, escribe sobre el vínculo entre la música y la religión. De acuerdo con Küng (2008), ambos fenómenos son universales, pues se expanden a través del tiempo y espontáneamente en distintos lugares de la Tierra, aunque también son ambivalentes, lo que significa que tanto la música como la religión pueden difundir humanidad y/o justificar la inhumanidad (2008: 15). En este sentido, pensar la música como expresión de la fe no es un axioma que se cumpla todas las veces, aunque cierto es que la música tiene potencia de serlo (Küng, 2008: 16). La figura de Robert Johnson, que se construye en tanto su pacto con el diablo y su trascendencia musical, encapsula algo de esa relación; el blues era considerado “música de oposición” en comparación con las músicas que sonaban en la iglesia cristiana, y cuyas letras expresan sus raíces africanas, historias de esclavos, sentimientos muy particulares de rebeldía, y que además, eran tocadas por Johnson mayormente en las calles o en bares ya muy entrada la noche. A propósito, su canción Me and the Devil Blues (en la cual Robert Johnson expresa la relación mítica que tenía con el diablo, aquello que seguro asustó a varios cristianos de la época), expresa esa singular e inexplicable conexión con dicho personaje temerario: “Me and the Devil/ Was walkin’ Side by Side/ Me and the Devil, ooh […]”

Su carrera fue sumamente corta, pero su trayectoria ha sido legendaria. En su libro, Küng discute personajes emblemáticos como Amadeus Mozart, Anton Bruckner y Richard Wagner con el fin de descifrar el sitio preciso donde se sitúa la frontera entre la música y la religión; nuestro caso es el de Robert Johnson, que igualmente enigmático es para su tiempo y el blues. Su historia está íntimamente ligada al enigma religioso y a la transformación genial de sus composiciones musicales en un género que no se quitaba sus ataduras históricas. Era la encrucijada del conocimiento musical tanto en Johnson como en Adrian Leverkühn lo que —aparentemente— les costó su alma, pero que en suma, lograron sublimar la experiencia humana en conjunto de la notación musical que desarrollaron y sus claves que, aún religiosas y mitológicas, vinculan esas ambivalencias musicales con la trascendencia humana en “el sonido de lo eterno” en tanto sus sonidos son perceptibles simultáneamente, pero en distinto espacio; en claridad y oscuridad, júbilo y dolor, vida y muerte (Kung, 2008: 33).

Referencias: